Qué lapidario es Rambo en esta tercera entrega de las aventuras del soldado más preparado y eficiente de la historia del Cine. Digo yo que si hay que flipar un rato, flipemos con gusto y respeto, ¿no? «Rambo III» es una película justo para eso: para desmadrarse durante hora y media y creernos dentro de una misión de héroes animada, entretenida y masculina, que ese sentido de lo viril no hay que perderlo de vista.

Los músculos de Stallone parecen que van a salirse de la pantalla, así que olé por Sylvester. Rambo no renuncia a su cinta, ahora negra, en la frente, pero sí a la camiseta durante el tramo final de película, aunque diré que este descuido está plenamente justificado debido al momentazo que ha habido antes, donde nos muestran cómo curarse una herida en medio del desierto. Melena sudorosa, pantalones con bolsillos laterales y botas con doble correa es el look que aún a día de hoy sigue inspirando un montón de merchandising, y si no que se lo pregunten a los coleccionistas y aficionados. El personaje de Rambo ha sido capaz de inventar una especie de microcosmos donde hay una forma de ser y actuar propios que nos encanta porque conecta con nuestros ideales, una «marca Rambo» por la que no pasan las modas ni las tendencias. Esto tiene mucho mérito.

Desde luego, llama la atención el argumento de la película, pero no podemos olvidar que, pese a todo lo que ha ocurrido después en la Historia, la guerra de Afganistán fue cruenta y duradera, y los soviéticos no fueron precisamente ni inocentes ni irresponsables en la tragedia. Sea como sea, como he dicho otras veces, no le hagamos un examen al guión, porque esto es acción de la buena, con enemigos a los que vencer, amigos a los que unirte y salvar, y situaciones de riesgo donde demostrar que eres fuerte, listo, valeroso y honorable.

Todas las guerras nos incumben.