Ya me imaginaba que mucho miedo no iba a dar, pero «Annabelle: Creation» ha superado todas mis malas expectativas: es aún peor.

¿Cómo puede estar esto aprobado? No lo comprendo. La película se esfuerza mucho en asustarnos, pero lo que de verdad logra es que nos irritemos con tantas niñas haciendo las tontas. En serio que la muñeca Annabelle tenía todo mi apoyo: ella está tranquilamente en su habitación, sin meterse en problemas, y viene la metiche de la niña a removerlo todo. No solo esto, sino que una vez ha sacado a la muñeca, la niñata sigue ahí tocándole las narices. Niña, ¿se puede saber qué haces en la habitación todos los días? Quieres morir, ¿no? Pues muere.

Puede que esto suene muy cruel, pero tiene que servirnos de idea para ver de qué forma se construye un guion. El miedo, en definitiva cualquier temática, no debe depender nunca de la estupidez de los personajes, porque entonces todo se desmorona. ¿Me tengo que creer que unas huérfanas de diez años que acaban de llegar a una casa desconocida se van a poner cotillear y quedarse impávidas cuando ven un fantasma? Es que es literalmente imposible.

Otro elemento imperdonable es que el monstruo, monstruo en el sentido amplio, sea inconsistente. Un monstruo que actúa sin un objetivo claro y, lo que es peor, te ataca sin seguir ninguna regla lógica, te genera risa más que miedo. Cualquier entidad maligna que se precie, desde demonios hasta psicópatas, tiene que ser contundente, su peligro tiene que percibirse real; es decir, que no puede ser que a un personaje lo mate nada más verlo y con otro se dedique a darle sustos. ¿Por qué? ¿Qué pretende? ¿Jugar al escondite? Es que no tiene sentido.

Por supuesto, en realidad no se explica ninguna creación y seguimos sin saber qué le pasa a la muñeca. Estupendo.