Esto de los superhéroes no tiene fin. A mí me resulta chocante que los cómics se hayan extendido a lo largo de décadas, literalmente hablando. Es quizás el producto de entretenimiento más longevo, con mil y una revueltas, líneas paralelas o no, universos alternativos y expandidos, reboots, reinterpretaciones, spinoffs y algunas cosas más. De esta manera, hemos conocido extraterrestres, dioses, semidioses, gigantes verdes, mutantes, científicos a quienes no le salen bien los experimentos, millonarios enmascarados, villanos locos, hombres araña, militares dopados, doctores con poderes mentales y un largo etcétera.

Pero siempre falta algo. Así que yo me imagino al señor Lee en su mansión, porque seguro que vive en una mansión, tomándose unos cubatas con sus colegas de la industria y en esas que va y les dice «¿sabéis? Se me ha ocurrido un nuevo superhéroe».

Ah, ¿sí?

Sí, se trata de un hombre que por diversos motivos, un traje con una ciencia puntura, por ejemplo, se vuelve pequeñito, pequeñito, del tamaño de una hormiga. Y con la fuerza de una bala, ¿eh? Porque, claro, nunca sabes cuándo vas a necesitar que una persona en miniatura se cuele en unas instalaciones enemigas para volarlas por los aires con la ayuda de, atención al detalle, un batallón de hormigas que ha reclutado y con las que se comunica mentalmente.

Señor Lee, mis respetos.

Si ya esto te suena a que alguien se está burlando de ti, podemos añadirle un villano con la siguiente historia: es joven, rico, muy inteligente, dueño de una empresa que vale millones y tampoco tiene mala planta, pero nada de eso le sirve ya que, bueno, está obsesionado con que Michael Douglas le quiera. Reacciona, chico.

Lo mejor, un Paul Rudd estupendo.