Ya lo muestra el cartel de la película, y es verdad. Esa niña y ese padre latinoamericanos merecen destacarse entre el resto de tramas. Además, ese momento, ese momento justo en el que uno está, y no me da vergüenza decirlo, a un paso del odio más visceral hacia determinado personaje y determinada raza. Luego se hace el milagro. Precioso.

Lo cierto es que yo no sé muy bien a qué juega «Crash». Dicen algunos que es en realidad racista, lo cual tiene sentido si uno se para a ver algunas circunstancias. También puede ser, y es lo que pretende, todo lo contrario. Yo lo que creo es que prima un único mensaje: las personas somos de una forma independientemente de la raza e, incluso más importante, de nuestros actos.

Por eso Haggins se pone a hacer malabarismos y entra de lleno en la ambigüedad moral. Atracadores bondadosos, violento policía e hijo abnegado con destellos de heroísmo; ciudadano ejemplar con la conducta más cobarde y reprobable; rica explotadora con tierno corazón, o marido débil con valor estratosférico. La pregunta es: ¿cuánto de realidad hay en esto, y cuánto de manipulación? A mi personalmente el giro que toma el argumento en los últimos minutos me deja completamente desnortada, y tanto desagrado me produjo que, dispuesta al aprobado, la he dejado en suspeso.

Yo entre los actores me quedo con Matt Dillon, quien nos ofrece la segunda mejor escena de la película, y con un Ryan Phillippe de lo más convincente. Don Cheadle está estupendo también, pero es que su personaje y sus historias me sobran un poco. Los diálogos, eso sí, muy machacones; dos horas insistiendo una y otra vez sobre el mismo tema se hace a la postre repetitivo. Algo más de silencio, emoción y sutileza le hubiera venido muy bien. Pero esas cosas ya no se hacen en el Cine.

Así, sin ser un desastre, no llega a convencer pese a sus buenas intenciones.