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Voto de Jark Prongo:
7
6,1
72
Terror
En esta alegoría sobre el capitalismo (bajo la forma de remake de Nosferatu), un trabajador de una conocida empresa automovilística es invitado a la villa de su jefe para recibir buenas noticias. Ha sido ascendido. Sin embargo, su superior no es lo que parece y la promoción tiene un precio... (FILMAFFINITY)
29 de agosto de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
”Escúchame, un momento o dos y confesaré a vosotros
no puedo evitar mirando las mujeres siniestras,
tengo que reconocer, voy a notar la vampiresa mujer.”
Jonathan Richman, Vampiresa Mujer
En Blade, además de darse la importante subversión de que el cazavampiros fuera negro y vigoréxico, se trataba de fondo otra cuestión más interesante que las propias matanzas de murciélagos. Dicha cuestión eran las luchas de poder entre los antiguos jerarcas vampiros y las nuevas generaciones. Unas luchas de poder en las que los primeros abogaban por seguir alimentándose de los humanos de forma discreta pero siempre dominante mientras que los segundos argüían que fuera mesuras, que de qué servía poder chuparle la sangre a la gente si encima no podías hacerlo jactándote de ello, sin esconderte, poniendo un Kandinsky en el recibidor y el Guernika en el wc de invitados. Obviamente eso suponía una analogía entre las diferencias existentes entre el antiguo modo de entender el capitalismo por quienes tienen la sartén por el mango y la forma en que pretendían aplicarlo nuevas castas en posiciones igual de ventajosas pero mucho menos amigas del decoro quizá por saberse ricas de nacimiento. Un nuevo capitalismo capaz de asimilar a su mayor enemigo –el propio Blade- a base de ofrecerle tratados de no agresión, o al menos dispuestos a intentarlo, y más próximo en sus maneras, atuendos y objetos de consumo al Patrick Bateman de Bret Easton Ellis que al obsoleto conde Vlad, a buen seguro risible a esas alturas del siglo XX hasta para sus propios descendientes.
no puedo evitar mirando las mujeres siniestras,
tengo que reconocer, voy a notar la vampiresa mujer.”
Jonathan Richman, Vampiresa Mujer
En Blade, además de darse la importante subversión de que el cazavampiros fuera negro y vigoréxico, se trataba de fondo otra cuestión más interesante que las propias matanzas de murciélagos. Dicha cuestión eran las luchas de poder entre los antiguos jerarcas vampiros y las nuevas generaciones. Unas luchas de poder en las que los primeros abogaban por seguir alimentándose de los humanos de forma discreta pero siempre dominante mientras que los segundos argüían que fuera mesuras, que de qué servía poder chuparle la sangre a la gente si encima no podías hacerlo jactándote de ello, sin esconderte, poniendo un Kandinsky en el recibidor y el Guernika en el wc de invitados. Obviamente eso suponía una analogía entre las diferencias existentes entre el antiguo modo de entender el capitalismo por quienes tienen la sartén por el mango y la forma en que pretendían aplicarlo nuevas castas en posiciones igual de ventajosas pero mucho menos amigas del decoro quizá por saberse ricas de nacimiento. Un nuevo capitalismo capaz de asimilar a su mayor enemigo –el propio Blade- a base de ofrecerle tratados de no agresión, o al menos dispuestos a intentarlo, y más próximo en sus maneras, atuendos y objetos de consumo al Patrick Bateman de Bret Easton Ellis que al obsoleto conde Vlad, a buen seguro risible a esas alturas del siglo XX hasta para sus propios descendientes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El guionista de Blade era David S. Goyer, alguien que ya había tratado el tema de poderes fácticos en la sombra al adaptar el Maestro de Marionetas de Robert Heinlein, al ayudar con el libreto de Dark City y que luego tocara de nuevo tangencialmente la movida al colaborar con Christopher Nolan en su necia trilogía sobre Batman. Pues bien, es harto probable que se inspirase en esta magnífica perversión de la novela de Bram Stoker para urdir las conjeturas que hizo en Blade, porque en Han Cambiado De Cara matiz arriba matiz abajo se viene a tratar exactamente lo mismo: una conjetura muy similar a aquella parodia del Drácula de Coppola que convirtiese al Señor Burns en la representación vampírica del mal. Y mejor ver la película sin saber más de ella, porque así resultan mucho más inquietantes y acertados los hallazgos visuales y metafóricos que incorpora. Nunca un Fiat Cinquecento ha dado tanto canguelo.
Ojalá un remake del propio David S. Goyer acometiendo la subversión realizada por Los Simpsons: que el jefe de los vampiros no sea un hombre, sino Christine Lagarde.
Ojalá un remake del propio David S. Goyer acometiendo la subversión realizada por Los Simpsons: que el jefe de los vampiros no sea un hombre, sino Christine Lagarde.