Porque eso es The Wire, señores. El juego de la calle, el juego de la vida. Las vidas de cada persona son piezas dispuestas en un ajedrez, y la única variación entre ellas es el rango. El rango es, junto con la propia suerte, lo que determina tu futuro, tus oportunidades, tu ascenso a la gloria, o tu descenso a los infiernos.

De ese modo, The Wire se erige como un retrato muy fidedigno de una partida de ajedrez que no entiende de buenos ni malos, de negros ni blancos. Sólo existe el gris, junto a sus miles de matices. The Wire es realista porque entendió que el retrato maniqueísta de la realidad fue usado en el pasado para crear ficciones fáciles de digerir. Pero precisamente ese, no era el objetivo de The Wire.

Pero no es sólo el retrato analítico de nuestra sociedad lo que le debemos a The Wire.

Muchísimos documentales describen nuestra realidad incluso con mayor precisión, y sin embargo, no son tan endiabladamente atractivos. The Wire posee una tremenda galería de personajes que envuelve desde el Comisario más pícaro, hasta el Alcalde más fariseo, pasando por los policías de turno, rastreando a los camellos de la calle, e incluso a las grandes mafias que proveen de droga al sistema.

Todo ello, con decenas de tramas y sub-tramas muy bien hilvanadas narrativamente hablando. Con personajes carismáticos. Con historias sumamente poéticas como la que encarna Frank Sobotka o Russell "Stringer" Bell. The Wire, por primera vez en televisión creo yo, logra hablar de la realidad con realismo, y además de no aburrir, obsesiona.

Esos son sus logros. Esas son sus cartas. Este es el juego. Un juego cruel, real, y al que asistes inmisericorde como un "voyeur" complacido.