Deadwood es puro lirismo, poesía pura. Deadwood es palpar el mismísimo viejo Oeste en su vertiente más sórdida, y por tanto, real. Deadwood es conocer a tipejos cuyos inamovibles principios son la codicia y el poder. Deadwood es mirarlos y quedar instantaneamente acojonado, sabiendo que realmente tu vida depende de ellos.


Deadwood es el origen del capitalismo feroz, despiadado, que no entiende lazos ni deudas sentimentales. Deadwood es intentar hacer frente a una pistola, a un cuchillo y a un tipo que derrocha un carisma y una capacidad para la oratoria tan punzante, que realmente acaba por dejarte con la duda de a qué sería más fácil enfrentarse.

Deadwood es Al Swearengen, la personificiación de la ambición y de las mentes retorcidas que tienen espacio para mantener un corazoncito. Deadwood tiene a personas veraces, ergo, tienen contradicciones y todo lo que ello acarrea.

Deadwood es desmitificar al mito y darte una soberana ostia de realidad. Deadwood es sentirte involucrado en planes y artimañas que juegan con la inteligencia, la moral y la dignidad de uno mismo y de los demás.

Y si ves la serie y realmente no consideras que hayas percibido todo esto, probablemente sea hora para volver a ver una serie que no te tome por tan inteligente. Porque Deadwood es, y será, una de las series más inteligentes que ha creado la televisión.