Media votos
6,0
Votos
5.719
Críticas
201
Listas
20
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Erizio:
8
7,2
19.739
Comedia. Drama
Al finalizar su jornada laboral Paul Hackett (Griffin Dunne), un solitario programador de una compañía de informática, se ve envuelto en una serie de extrañas circunstancias que le llevan a uno de los peores barrios de Nueva York. Allí vivirá una interminable y alocada noche intentado regresar a su casa en el Upper East Side. (FILMAFFINITY)
27 de setiembre de 2007
72 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es que el mundo esté loco (que un poco sí lo está). Lo que pasa es que hay días (más bien noches) malditos. Suele decirse que padecen el síndrome de la Luna Llena, aunque suele ocurrir en noches de cuarto creciente.
Y es que en algunas noches en las que estás tirao en tu cama, sin ningún plan establecido, empiezas a sentirte asfixiado, diciéndote: «Joer, ésta es mi noche, hoy me debería estar comiendo el mundo». Es un impulso irrefrenable que acaba siendo una catástrofe, por culpa de nuestra incesante manía de no aceptar la no-satisfacción de nuestras apetencias. Así que nos ponemos nuestras mejores galas, nos duchamos, y gastamos en nosotros mismos todo el bote del AXE o del Old Spice, que tiene un nombre más cachondo. Y nos pillamos el bus, y el metro, y acabamos a tomar por culo. No llevamos el coche por esa predicción de que vamos a acabar mazo ciegos la noche.
[Sigo en el spoiler, sin desvelar nada]
Y es que en algunas noches en las que estás tirao en tu cama, sin ningún plan establecido, empiezas a sentirte asfixiado, diciéndote: «Joer, ésta es mi noche, hoy me debería estar comiendo el mundo». Es un impulso irrefrenable que acaba siendo una catástrofe, por culpa de nuestra incesante manía de no aceptar la no-satisfacción de nuestras apetencias. Así que nos ponemos nuestras mejores galas, nos duchamos, y gastamos en nosotros mismos todo el bote del AXE o del Old Spice, que tiene un nombre más cachondo. Y nos pillamos el bus, y el metro, y acabamos a tomar por culo. No llevamos el coche por esa predicción de que vamos a acabar mazo ciegos la noche.
[Sigo en el spoiler, sin desvelar nada]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Acabas ahí, en un garito, siendo vilmente ignorado por todo el mundo que se encuentra encerrado en pequeños grupitos, y aunque te encuentras solo del todo, el cubata que tienes entre las manos, la música de Amaral seguida del maldito RuidoGorrino y las esculturales bellezas con las que te topas, te hacen sentirte bastante feliz. Y en algún momento, alguna se te acerca, pero ¡oh, sorpresa!, al final resulta que debía acabar de salir de un frenopático por lo menos, porque madre mía que esos cables cruzados no los desenreda ni mi madre, que hasta el día de hoy ha conseguido limpiar mi cuarto lleno de consolas, de mandos no a distancia, ordenador, televisor, minicadena y dios sabe cuántas cosas más, sin cargarse nada.
Y es aquí cuando comienza una noche de locos en las que esperas que sea todo una pesadilla, nada más. Pero no es así. Los roscos que no te has comido durante el resto del año, se presentan ante ti en forma de esperpénticos personajes que deben haber sido insuflados por algún mal de ojo o alguna alineación planetaria no concluyente, porque entre frígidas, plumíferos, monstruosidades, asesinas y demás fauna que debería seguir en el zoo (¡yo buscaba que me llovieran o chispearan chicas fáciles, como en los anuncios!), te das cuenta de lo bueno que es pasar alguna noche en casa, durmiendo tranquilo. El hecho de no poder volver a casa porque la línea de metro ya ha cerrado y que los búhos salen de Moncloa, que está a tomar por culo de Tribunal y que con lo que te has estado tomando para evitar esa loca, loca realidad, seguramente no te ubiques, buscas cualquier medio para llegar a casita a dormir sin apenas un duro en el bolsillo, sólo un montón de molestas monedas de 5 céntimos que nada pagarán. Pero lo que consigues es una noche en la que estableces un cerrado círculo de relaciones que te hacen dejar de preguntarte por qué dicen eso de que el mundo es un pañuelo, o que seguro que conoces a alguien que conoce a alguien que conoce a alguien que conoce a Brad Pitt.
Para cuando acabas, ya nada te lo tomas en serio. Un día tan insufrible como entrañable, que no quieres volver a vivir pero das gracias de haberlo vivido, y que se añade a tu lista de anécdotas para contar (adornada) cuando se produce un silencio incómodo. Qué le vamos a hacer, si nos encantan las desgracias ajenas y nos reímos con ellas (y con y de los damnificados, por supuesto), y más aún cuando están contadas con tanto dinamismo, tanto desenfado y están tan exageradas que puedes llegar a creértelas por lo surrealista que son. Total, cualquier día por Malasaña es mazo de raro y nadie dice nada.
Y es aquí cuando comienza una noche de locos en las que esperas que sea todo una pesadilla, nada más. Pero no es así. Los roscos que no te has comido durante el resto del año, se presentan ante ti en forma de esperpénticos personajes que deben haber sido insuflados por algún mal de ojo o alguna alineación planetaria no concluyente, porque entre frígidas, plumíferos, monstruosidades, asesinas y demás fauna que debería seguir en el zoo (¡yo buscaba que me llovieran o chispearan chicas fáciles, como en los anuncios!), te das cuenta de lo bueno que es pasar alguna noche en casa, durmiendo tranquilo. El hecho de no poder volver a casa porque la línea de metro ya ha cerrado y que los búhos salen de Moncloa, que está a tomar por culo de Tribunal y que con lo que te has estado tomando para evitar esa loca, loca realidad, seguramente no te ubiques, buscas cualquier medio para llegar a casita a dormir sin apenas un duro en el bolsillo, sólo un montón de molestas monedas de 5 céntimos que nada pagarán. Pero lo que consigues es una noche en la que estableces un cerrado círculo de relaciones que te hacen dejar de preguntarte por qué dicen eso de que el mundo es un pañuelo, o que seguro que conoces a alguien que conoce a alguien que conoce a alguien que conoce a Brad Pitt.
Para cuando acabas, ya nada te lo tomas en serio. Un día tan insufrible como entrañable, que no quieres volver a vivir pero das gracias de haberlo vivido, y que se añade a tu lista de anécdotas para contar (adornada) cuando se produce un silencio incómodo. Qué le vamos a hacer, si nos encantan las desgracias ajenas y nos reímos con ellas (y con y de los damnificados, por supuesto), y más aún cuando están contadas con tanto dinamismo, tanto desenfado y están tan exageradas que puedes llegar a creértelas por lo surrealista que son. Total, cualquier día por Malasaña es mazo de raro y nadie dice nada.