¡Sí! ¡Esto es lo que tiene el buen cine! ¡Esta es la magia! A mis cincuenta y tres años vuelvo a ser el adolescente de catorce que lucha, sufre, salta, vuela, ríe y llora, al lado de Indiana Jones. James Mangold, simplemente gracias. El reto era de envergadura, pero el éxito ha sido absoluto. El héroe ha vuelto. Ochenta años. ¿Y? El doctor Jones y Harrison Ford imparten lecciones más allá del tiempo. Encima estaba de suerte y la he visto en la sala principal de los cines Palafox de Zaragoza. El Palafox de toda la vida, el último de los grandes. En esta ocasión no tenía a mi padre al lado, ¡qué pena!, pero junto a mí se emocionaba y disfrutaba mi sobrina de dieciséis años. Ella pone el título de la crítica: "Está al nivel de la primera" -sentenció al acabar la película mientras unos pocos aplaudíamos frente a los títulos de crédito. Tienes razón, Ana. Está al nivel.
Mangold, en "Indiana Jones y el dial del destino" mantiene el nivel de Steven Spielberg, el demiurgo que rescató a nuestros ídolos de la infancia (Errol Flynn, Burt Lancaster, John Wayne, Johnny Weismuller, Gary Cooper, Jimmy Stewart) reencarnados en la figura de un arqueólogo de chaqueta descolorida, sombrero tejano y un látigo tan rápido y certero como su mente. Mantiene también el director de esta secuela un nivel imaginativo con muy pocos precedentes contemporáneos. Ya que conviene no olvidar que en estos desoladores años cinematográficos, los malévolos y siniestros gerifaltes de la industria han sustituido la humanidad de las historias por los efectos especiales de última generación (degeneración diría yo). Mangold, empero, combina de manera admirable los avances tecnológicos con los sentimientos de los personajes que conforman la fantástica narración. Esta es la clave: combinación, no superposición; ni menos aún sumisión de las emociones ante la tecnología.
Y, sobre todo, la cinta mantiene el nivel por su ritmo frenético, trepidante, arrollador. Estamos siempre en vilo. Junto a Indy y a Elena. Queremos el dial, viajar en el tiempo, darle un guantazo al nazi gafotas. El ritmo nos convulsiona, nos "Indianiza", nos hace partícipes en la historia. Nos emociona. Y eso es el cine para mí: emoción permanente, sentimientos a flor de piel. Cierto, mi querida sobrina: "Está al nivel"