Un Quijote capitalista y sexual y un Sancho Panza tuberculoso y timador. Un Sur (Texas) cafre y brutal (entre la represión religiosa y el sexo enfermizo) y un Nueva York pop, Warholesco, psicodélico, resacoso y tenebroso.
Un semental de infancia abandonada, madurez traumática y viaje hacia la nada y un tullido de padre miserable y vida perruna, criado entre zapatos, mucho betún e inviernos infinitos.
Una película de contrastes, de extremos y vaivenes que pasa de una sordidez casi insoportable a una ternura maravillosa (me quedo, inolvidable momento, con la escena en la que Joe seca el pelo mojado de Rizzo y este se agarra a él mientras reclina su cabeza), de la picaresca más cochambrosa al lujo más snob, de cierto humor cruel a un dramatismo desolador, de un estilo enloquecido, sincopado, a un clasicismo esquemático (pocas ideas muy claras: amistad, soledad, ciudad...).
Llama la atención, visto hoy, el frenesí del montaje; esa densidad significativa que satura buena parte del metraje e intenta romper la narrativa tradicional con una gran variedad de cortes en los que cabe de todo, desde los deseos a los sueños, lo mismo los recuerdos que los miedos; un conjunto de imágenes que da lugar a una realidad alucinada (mitad escapismo infantil, mitad pesadilla angustiosa). Quizás suponga una mirada demasiado coyuntural y expresionista, muy sesentera y estupefaciente, a través de la que, según mi opinión, se alternan aciertos (se sintetiza información y se ahorran tópicos discursivos) con descalabros (se desequilibra la trama, se exagera el delirio y se limitan las relaciones a una esencialidad escueta) y elevada por una valentía y crudeza poco habituales en esos lares tan rufianes; un tanto esperpéntica y desaforada pero honesta.
Buenos personajes (fabuloso Hoffman, bien Voight) y buena historia contada de forma irregular.
Una interesante película.