Ya no recuerdo cómo era la versión original exactamente, pero esta de mil novecientos cuarenta y dos es atroz, está casi totalmente saboteada por una música obsesivamente omnipresente y, muy sobre todo, por la voz del narrador que no solo no se contenta o conforma con explicar o describir lo que las imágenes ya indican o dicen de sobra, sino que además, horror, reproduce los diálogos que sin la necesidad de las palabras son más que obvios o si no lo son tanto, tan claros, ganan en la ambigüedad o gracia que pueda suponer el silencio o en todo caso un cartel informativamente somero.
Es, por lo tanto, esta variación posterior una obra llena de maravillas y aciertos sin cuento, de grandes ideas y delicadeza prácticamente arruinada o echada a perder por una invasión sonora compulsiva ominosa que afea una narración que cuanto más desnuda quedara mucho mejor sería.
Una enorme decepción.
Asombra el torrente o torrentera por que el que se desbocan las mil y un felices ocurrencias, la sensibilidad e inteligencia, espanta el concierto de sonidos y/o verbos, y no es porque en sí sea mala la banda sonora ni mucho menos o el recitado de Chaplin que tampoco, sino porque es completamente innecesario ese añadido, implica remarcar lo ya evidente, subrayar lo cristalino, echar sal al alucinante jamón de bellota, azúcar a un delicioso de chocolate bollo, explicar brutalmente un sutil chiste, traducir un poema sugerente a una prosa aplastante, en fin, una experiencia sorprendente por lo invasiva de/por doble vía, o de cómo pegar(se) de hostias o tortas el mundo antiguo silente prístino y el moderno alboroto barullo, un sindiós, cualquiera tiempo pasado fue la mar de mejor hasta incluso para el mismísimo Charlot.