Humor británico era eso y perro predilecto.
Lo que nos faltaba por leer y ver, hasta los críticos más sesudos o conspicuos de los periódicos más excelsos y selectos, el último bastión de occidente, se han vendido al enemigo, por un plato de habas pasadas, se han vuelto ellos también terribles puritanos, el colmo, pedagogos, la mar de morales, se han aliado con la mayor plaga de nuestra aciaga época, con la peste bubónica del extremo conservadurismo que a sol y a sombra nos asola, ya es todo pecado, hasta el más mínimo pensamiento o inocente deseo, hasta este perrito bueno, acabáramos, que las monjas y los curas que hablan de cine me lo quieren mandar al infierno a este pobre chucho egregio, si les dejamos, lo excomulgan o por lo menos seguro que nos lo censuran al bendito si no lo queman en otra hoguera.
Que les parece mal o demasiado adulta e incorrecta o inadecuada esta obra pura, vade retro, pecaminosa, muy peligrosa para la chavalada una peliculita que no puede ser más convencional, inofensiva, bobalicona, blanda, blanca e infantilona, qué nos pasa.
De locos. Estamos a nada de que prohíban estos guardianes y sus amos todo el cine que no sea hecho directamente con escuadra y cartabón por el poder de turno, el que ahora nos ocupa literalmente (en cuerpo y alma) en todo el mundo, sin necesidad de pasar previa o posteriormente ningún filtro artístico o creativo, a pelo, sermón y tentetieso, panfleto y a tragar se ha dicho, como cualquier telediario, qué puto infierno. Horror. Qué inventen ellos, todos los estamentos oficiales, los poderes públicos y privados en comandita, los políticos, los periodistas, los economistas, los medios, los expertos, que escriban los guiones directamente y así todos nos quedamos menos expuestos, más tranquilitos