Por decir o señalar un momento en el que la cosa colapsa ya de veras, la chapuza se desmadra, diríamos que el asesinato de la Binoche es el definitivo comienzo del acabose, desborda el vaso, y que la escena previa al tiroteo y, especialmente, ese encuentro en el tejado trágico es un dislate bárbaro, bochornoso, fue horroroso que le avisaran y más espantoso todavía que allí coincidieran todos al mismo tiempo con las prisas, ni al que asó la mantequilla, de locos, hecatombe fílmica.
Y el epílogo es otra tontería más rebuscada sin sentido, un último tonto esfuerzo para dar el pego, giro tramposo y absurdo, otro disparate, suma y sigue, en fin, que unos sesenta minutos más o menos decentes y otros treinta de vergüenza ajena, insuperablemente erróneos.
Y él está muy mal todo el rato con esa cara de cordero degollado.
Las ideas podrían valer la pena (el pasado que a fuego marca, que atrapa y condena, el trepa y el rencor de los que atrás quedan o deja, la eterna corrupción policial, las clases sociales, las razas...), pero la forma de plasmarlas no, Lumet y Gray lo habrían hecho de otra manera, suponemos.