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Voto de Ferdydurke:
4
6,0
713
Drama
En el pueblo donde trabaja como veterinaria, Ana conoce a un portugués con quien comparte un secreto. (FILMAFFINITY)
2 de febrero de 2018
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Todo puede ser spoiler)
Silencios, elipsis, misterio. Casi una hora de película con la intriga, la tensión, los sobreentendidos y la larga espera.
El conocimiento llegará más tarde. Quizás demasiado. Cuando el espectador boquea, se atusa la densa cabellera.
ETA. GAL. Siglas que no se pueden nombrar. Horrores cercanos y muy españoles que aquí quedan velados.
Dramatizados pobre, ortopédicamente, a través de historias amoroso folletinescas, sentimental solemnes que sirven como muletas o formas de escape ante una realidad tan tozuda y mostrenca.
Dos lacayos del poder, de diferentes poderes. Piezas de ajedrez en un juego nefando que se encuentran por casualidad (ay esas continuas casualidades imposibles, esos encuentros fortuitos tan benditos) y se atraen/repelen. El esbirro del estado ama a la esbirra de otro estado más pequeño, reproducción en miniatura del mayor, hermano pequeño que pide más en el reparto a fuerza de violencia bruta, manchándose las manos de sangre (ajena, a ser muy posible). Grupos mafiosos financiados/ayudados/protegidos por los poderes públicos más o menos disimulados o travestidos.
El discurso de Camus es impecable e intachable. Matar es malo y el hombre moderno es el infierno. Nada hay por encima del individuo, ninguna idea abstracta y majadera justifica el derramamiento de sangre.
De acuerdo, completamente. Pero eso es tan obvio y verdadero que acaba siendo mentira, ya que elude la mayor parte de la información, el contexto, las estructuras de las que forman parte estos insignificantes ciudadanos, lo que mueve a esas organizaciones, el funcionamiento del mundo, la raíz, el meollo.
Evade esa mirada para sustituirla por amores imposibles, lealtades infinitas y actos morales grandilocuentes. Una especie de épica de western americano aplicada a un asunto terriblemente esperpéntico, sórdido y siniestro, poco dado a esos énfasis ascéticos y operísticos (más bien sería bufa la ópera). Es una observación pacata, temerosa, bondadosa, escondida sobre unos hechos abigarrados, atorrantes, brutales, cafres y grotescos.
Si Maura y Almeida son los peones de engranajes perversos, sicarios en el pasado que tomaron conciencia y escaparon (o no, o inconscientes seres arrojados por la marea al desguace de la historia), Valverde, en cambio, es el bien, la pureza, la bondad, la persona que huye de la civilización y del mundanal ruido y se esconde entre los árboles y los pájaros, como San Francisco de Asís.
Hay, por lo tanto, una contraposición entre la civilización, que supone barbarie, idiocia y muerte, y la naturaleza, que es el bien, la paz y la tranquilidad.
Una recuperación del "locus amoenus" (lugar ameno), el "aurea mediocritas" (dorada mediocridad) o el mito del buen salvaje Rousseauniano.
Se parte de un ideal de pureza y aislamiento y de una premisa cuestionable, del hecho de que el hombre es bueno por naturaleza, que es la civilización la que le corrompe.
Y tal vez eso no sea tan así.
De hecho, toda la historia de la humanidad se podría reducir, o resumir, a la lucha desesperada del hombre por escapar del implacable origen animal para así abrazar una nueva condición, menos cruel y despiadada, más cómoda y relajada, más proteccionista y cuidada.
Los pájaros a los que aquí se alude, igual que el resto de animales, no son seres angélicos que viven en un paraíso, más bien lo contrario, son criaturas arrojadas a un mundo salvaje en el que poco más cabe aparte de la pura supervivencia, nada que escape al intento reproductivo o alimenticio. Una existencia acogotada por mil peligros, sufrimientos y horrores, por infinitas amenazas y rivalidades.
Y el hombre nace, sin necesidad de influencia ninguna, con todo tipo de instintos depredadores, destructivos, posesivos y asesinos. No es la inocencia abstracta ni una tabula rasa, es un proyecto de troglodita al que se trata de limar. De ahí que cualquier anhelo reaccionario (vuelta atrás), por muy saludable que sea en ciertos aspectos, la sencillez y la esencia despojadas de artificios repugnantes, por ejemplo, nunca puede ser un ideal absoluto o una solución definitiva.
Lo mismo que su reverso, el progreso ciego tiene su enorme precio, la construcción en serie de humanos tecnologizados, despersonalizados, aborregados, seres masa que repiten códigos y fórmulas como si estuviesen drogados, que bailan a un ritmo feroz impuesto por entidades que ni alcanzan a comprender o siquiera visualizar y a las que, en el colmo de la sugestión condicionada, obedecen con inercia férrea, llena de mantras oficiales repetidos por loros amaestrados y asustados.
Ella es una Yoyes. Cuestionó la organización y la mataron (a la pareja en este caso).
Él es un simple mercenario que pasaba por ahí. Un hombre perdido, sin amparos ni asideros, que es capaz de caer en cualquier abismo.
Silencios, elipsis, misterio. Casi una hora de película con la intriga, la tensión, los sobreentendidos y la larga espera.
El conocimiento llegará más tarde. Quizás demasiado. Cuando el espectador boquea, se atusa la densa cabellera.
ETA. GAL. Siglas que no se pueden nombrar. Horrores cercanos y muy españoles que aquí quedan velados.
Dramatizados pobre, ortopédicamente, a través de historias amoroso folletinescas, sentimental solemnes que sirven como muletas o formas de escape ante una realidad tan tozuda y mostrenca.
Dos lacayos del poder, de diferentes poderes. Piezas de ajedrez en un juego nefando que se encuentran por casualidad (ay esas continuas casualidades imposibles, esos encuentros fortuitos tan benditos) y se atraen/repelen. El esbirro del estado ama a la esbirra de otro estado más pequeño, reproducción en miniatura del mayor, hermano pequeño que pide más en el reparto a fuerza de violencia bruta, manchándose las manos de sangre (ajena, a ser muy posible). Grupos mafiosos financiados/ayudados/protegidos por los poderes públicos más o menos disimulados o travestidos.
El discurso de Camus es impecable e intachable. Matar es malo y el hombre moderno es el infierno. Nada hay por encima del individuo, ninguna idea abstracta y majadera justifica el derramamiento de sangre.
De acuerdo, completamente. Pero eso es tan obvio y verdadero que acaba siendo mentira, ya que elude la mayor parte de la información, el contexto, las estructuras de las que forman parte estos insignificantes ciudadanos, lo que mueve a esas organizaciones, el funcionamiento del mundo, la raíz, el meollo.
Evade esa mirada para sustituirla por amores imposibles, lealtades infinitas y actos morales grandilocuentes. Una especie de épica de western americano aplicada a un asunto terriblemente esperpéntico, sórdido y siniestro, poco dado a esos énfasis ascéticos y operísticos (más bien sería bufa la ópera). Es una observación pacata, temerosa, bondadosa, escondida sobre unos hechos abigarrados, atorrantes, brutales, cafres y grotescos.
Si Maura y Almeida son los peones de engranajes perversos, sicarios en el pasado que tomaron conciencia y escaparon (o no, o inconscientes seres arrojados por la marea al desguace de la historia), Valverde, en cambio, es el bien, la pureza, la bondad, la persona que huye de la civilización y del mundanal ruido y se esconde entre los árboles y los pájaros, como San Francisco de Asís.
Hay, por lo tanto, una contraposición entre la civilización, que supone barbarie, idiocia y muerte, y la naturaleza, que es el bien, la paz y la tranquilidad.
Una recuperación del "locus amoenus" (lugar ameno), el "aurea mediocritas" (dorada mediocridad) o el mito del buen salvaje Rousseauniano.
Se parte de un ideal de pureza y aislamiento y de una premisa cuestionable, del hecho de que el hombre es bueno por naturaleza, que es la civilización la que le corrompe.
Y tal vez eso no sea tan así.
De hecho, toda la historia de la humanidad se podría reducir, o resumir, a la lucha desesperada del hombre por escapar del implacable origen animal para así abrazar una nueva condición, menos cruel y despiadada, más cómoda y relajada, más proteccionista y cuidada.
Los pájaros a los que aquí se alude, igual que el resto de animales, no son seres angélicos que viven en un paraíso, más bien lo contrario, son criaturas arrojadas a un mundo salvaje en el que poco más cabe aparte de la pura supervivencia, nada que escape al intento reproductivo o alimenticio. Una existencia acogotada por mil peligros, sufrimientos y horrores, por infinitas amenazas y rivalidades.
Y el hombre nace, sin necesidad de influencia ninguna, con todo tipo de instintos depredadores, destructivos, posesivos y asesinos. No es la inocencia abstracta ni una tabula rasa, es un proyecto de troglodita al que se trata de limar. De ahí que cualquier anhelo reaccionario (vuelta atrás), por muy saludable que sea en ciertos aspectos, la sencillez y la esencia despojadas de artificios repugnantes, por ejemplo, nunca puede ser un ideal absoluto o una solución definitiva.
Lo mismo que su reverso, el progreso ciego tiene su enorme precio, la construcción en serie de humanos tecnologizados, despersonalizados, aborregados, seres masa que repiten códigos y fórmulas como si estuviesen drogados, que bailan a un ritmo feroz impuesto por entidades que ni alcanzan a comprender o siquiera visualizar y a las que, en el colmo de la sugestión condicionada, obedecen con inercia férrea, llena de mantras oficiales repetidos por loros amaestrados y asustados.
Ella es una Yoyes. Cuestionó la organización y la mataron (a la pareja en este caso).
Él es un simple mercenario que pasaba por ahí. Un hombre perdido, sin amparos ni asideros, que es capaz de caer en cualquier abismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Dos reflejos del mismo problema contemporáneo. Los dos extremos del mismo laberinto. Por un lado, la falta de sentido. Por el otro, para compensar ese vacío, la búsqueda de un absoluto, de un placebo, de una idea o ideología que todo lo asuma, nutre y explique. A falta de Dios, lo que sea, se mantiene el anhelo, el nombre no importa.
Cada uno con sus matices, gradaciones, bondades o miserias. El caso es que el ser humano es incapaz de soportar una vida a la intemperie, sin respuestas ni seguridades. Por ello cae preso de todo tipo de espejismos o engaños, de ideales fraudulentos (todos lo son en la medida en que cierran la realidad y la reducen a fórmulas rígidas o soluciones inverosímiles), que algunos, los más pillos, poderosos o cínicos, administran con generosidad y suelen utilizar para explotar, engañar o conducir el rebaño a modo.
Ficciones consoladoras que se dan en todos los ámbitos, también en el cinematográfico. Películas defendidas como si fueran hijos que nunca tuvimos, con la misma pasión dogmática y ridículo orgullo. Obras fulleras amadas por la muchedumbre. Por eso la coletilla eufemística de al cine voy a olvidarme de mis problemas. Nada, las personas rastrean, husmean los engaños más disparatados, aquellos que les halaguen o confirmen sus prejuicios, aquellos que les digan que tienen bien aprendida la lección y forman parte del bando de los buenos, para hacerlos suyos y pagar por ellos, con el fin deseado de ser manipulados y dirigidos, todo por no asumir su, quizás, ay, indeterminada precariedad, su, quién sabe, profunda ignorancia y atónita perplejidad. Los mercaderes lo saben y se aprovechan, crean productos infames a sabiendas de ese afán de ser timado del espectador mayoritario. Fanáticamente deseoso de escuchar que sus creencias son suyas, no impuestas, las mejores, las verdaderas.
En este caso sería la idea de identidad comunitaria que trasciende al individuo. El nacionalismo como representación que da sentido de pertenencia, de grupo, de origen, de causa, de fin, que señala un enemigo y bendice un amigo, que divide la realidad en buenos y malos de forma excluyente y definitiva y excusa de cualquier responsabilidad o culpa. Ficción que justifica cualquier aberración. Todo fin superior convierte al hombre concreto en un mero instrumento, en prescindible e intercambiable, en un número, ya que lucha por un bien mayor, por un ente que se pierde en el tiempo. Formas religiosas. En el fondo del fondo el deseo de trascender nuestra esencia condenada, vulnerable, frágil, tan voluble y lábil. El anhelo del agua de ser hielo. El deseo del mono de ser astronauta, o rey, o político.
Camus. Lo rural, lo austero, el hombre solo, hecho a sí mismo, fuera de la manada, pura voluntad frente a un mundo vicioso; la lucha entre la corrupción disoluta y moderna, y lo rural, recio, campestre, primitivo, entelequia ética que se suspende en un limbo que oscila entre la aventura infantil, el melodrama envarado y el cine negro más enfático. Una mezcla extraña de costumbrismo humilde con modelos de novela negra europea, fría, gestual, callada. Casi Bergman y Jean Pierre Melville. Casi si Alcázar y Pedrín hubieran empatado con Tarkovski. Stevenson y Dreyer. Bresson y Robin Hood/James Bond. Jonh Ford y Pérez Galdós.
Todo en Valverde alude a la tentación (grosera) de utilizar una palabra abyecta, pagafantas. De tan paciente, comprensivo, servil y generoso acaba siendo repulsivamente bueno. Nos pone tan alto el listón a los demás que da asco. Con semejante renuncia y abstinencia es imposible competir. Lastima que no sea como Seagal para acabar con todos a tiro limpio.
Ni venganza, ni perdón, olvido, dicen las últimas palabras referidas a ¿Borges? Ahí está. Pues no. Cualquier cosa menos el olvido. Recuerdo. Pero no interesado, propagandístico, oportunista o maniqueo. No del gobierno. Del que empieza por uno mismo. Del verdadero y complejo. Del que duele y uno es el primer testigo, verdugo, colaborador o víctima.
Cada uno con sus matices, gradaciones, bondades o miserias. El caso es que el ser humano es incapaz de soportar una vida a la intemperie, sin respuestas ni seguridades. Por ello cae preso de todo tipo de espejismos o engaños, de ideales fraudulentos (todos lo son en la medida en que cierran la realidad y la reducen a fórmulas rígidas o soluciones inverosímiles), que algunos, los más pillos, poderosos o cínicos, administran con generosidad y suelen utilizar para explotar, engañar o conducir el rebaño a modo.
Ficciones consoladoras que se dan en todos los ámbitos, también en el cinematográfico. Películas defendidas como si fueran hijos que nunca tuvimos, con la misma pasión dogmática y ridículo orgullo. Obras fulleras amadas por la muchedumbre. Por eso la coletilla eufemística de al cine voy a olvidarme de mis problemas. Nada, las personas rastrean, husmean los engaños más disparatados, aquellos que les halaguen o confirmen sus prejuicios, aquellos que les digan que tienen bien aprendida la lección y forman parte del bando de los buenos, para hacerlos suyos y pagar por ellos, con el fin deseado de ser manipulados y dirigidos, todo por no asumir su, quizás, ay, indeterminada precariedad, su, quién sabe, profunda ignorancia y atónita perplejidad. Los mercaderes lo saben y se aprovechan, crean productos infames a sabiendas de ese afán de ser timado del espectador mayoritario. Fanáticamente deseoso de escuchar que sus creencias son suyas, no impuestas, las mejores, las verdaderas.
En este caso sería la idea de identidad comunitaria que trasciende al individuo. El nacionalismo como representación que da sentido de pertenencia, de grupo, de origen, de causa, de fin, que señala un enemigo y bendice un amigo, que divide la realidad en buenos y malos de forma excluyente y definitiva y excusa de cualquier responsabilidad o culpa. Ficción que justifica cualquier aberración. Todo fin superior convierte al hombre concreto en un mero instrumento, en prescindible e intercambiable, en un número, ya que lucha por un bien mayor, por un ente que se pierde en el tiempo. Formas religiosas. En el fondo del fondo el deseo de trascender nuestra esencia condenada, vulnerable, frágil, tan voluble y lábil. El anhelo del agua de ser hielo. El deseo del mono de ser astronauta, o rey, o político.
Camus. Lo rural, lo austero, el hombre solo, hecho a sí mismo, fuera de la manada, pura voluntad frente a un mundo vicioso; la lucha entre la corrupción disoluta y moderna, y lo rural, recio, campestre, primitivo, entelequia ética que se suspende en un limbo que oscila entre la aventura infantil, el melodrama envarado y el cine negro más enfático. Una mezcla extraña de costumbrismo humilde con modelos de novela negra europea, fría, gestual, callada. Casi Bergman y Jean Pierre Melville. Casi si Alcázar y Pedrín hubieran empatado con Tarkovski. Stevenson y Dreyer. Bresson y Robin Hood/James Bond. Jonh Ford y Pérez Galdós.
Todo en Valverde alude a la tentación (grosera) de utilizar una palabra abyecta, pagafantas. De tan paciente, comprensivo, servil y generoso acaba siendo repulsivamente bueno. Nos pone tan alto el listón a los demás que da asco. Con semejante renuncia y abstinencia es imposible competir. Lastima que no sea como Seagal para acabar con todos a tiro limpio.
Ni venganza, ni perdón, olvido, dicen las últimas palabras referidas a ¿Borges? Ahí está. Pues no. Cualquier cosa menos el olvido. Recuerdo. Pero no interesado, propagandístico, oportunista o maniqueo. No del gobierno. Del que empieza por uno mismo. Del verdadero y complejo. Del que duele y uno es el primer testigo, verdugo, colaborador o víctima.