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Voto de Ferdydurke:
5
30 de octubre de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rodeo, Country y amores enrabietados y muy enritados e inritados.
John y Debra en el máximo apogeo de su belleza juvenil. Scott Glenn como tercero en discordia, Madolyn Smith pasaba por allí con su cabellera morena de mujer fatal y Barry Corbin (siempre será el gran Maurice Minnifield de Doctor en Alaska por mucho que se ponga a otras alimenticias labores) remata la función como tío Bob.
La historia es previsible, tópica y consabida. Respeta el recorrido conocido.
Como una etapa del Tour de Francia. Comienzan rodando por un valle, a buena velocidad, a continuación suben un escarpado puerto, gloria de la historia, llegan a lo alto plenos como nunca, siguen, bajan la montaña, caen muy hondo, hasta el fondo del precipicio, para, ya cansados pero todavía esperanzados, volver a ascender hasta los cielos del Everest del amor y la vida y llegar por fin escapados, fuga feliz mediante, cogidos de la mano (como los enormes Lemond e Hinault, tan míticos, hicieron en el ochenta y seis, reconciliados tras muchos dislates y desafueros, un el último hurra por ellos) huyendo de un pelotón monstruoso (formado por un solo individuo en este caso, el corredor más villano y temido de todos, el ogro, el inefable Lance Armstrong), cruel e insensible, incapaz de entender de ternura y amabilidad.
La única novedad en el frente, más allá de la cuestión geográfica y los usos y costumbres sureños reducidos al tipismo más básico y bonachón, reside en el obsesivo, y por momentos muy cansino, escenario en el que se desarrolla casi toda la historia, ese bar-museo-gimnasio-parque temático-hondonada tejana y vaquera en el que lo mismo te das de mamporros con los colegas más recalcitrantes que te ligas a las andobas o maromos más sabrosones, te echas unos bailes que ni Fred Astaire o te subes al toro mecánico y te partes en dos o veintidós, lo mismo nos da. Lupanar, pressing catch, plaza de toros, hipódromo, lugar de citas, reunión de gañanes y cenáculo de señoritas, todo cabe en ese concentrado y destilado de las esencias norteamericanas más añejas y ya en vías de extinción.
La otra rareza, un poco, más o menos, es la apariencia de realismo rudo, minucioso y sobrio que oculta con poco disimulo una película juvenil de las de toda la vida de dios (Karate Kid o Rocky o incluso Flashdance tienen exactamente la misma estructura), en las que chico o chica humilde de orígenes escasos se abre camino en la gran ciudad a través de sus habilidades deportivas artísticas y consuelos amatorios, ya sea el karate, el boxeo, el baile o el rodeo, con, eso sí, la originalidad en este caso de un toque a lo Cowboy de medianoche, sin, por supuesto, la sordidez y grandeza de aquel estupendo personaje que interpretó Jon Voight, aquí más moderado, todo, y mojigato.
No está mal, aunque quizás le sobren muchos minutos y la premisa sea demasiado obvia como para que uno se entusiasme demasiado. Se deja ver.
John y Debra en el máximo apogeo de su belleza juvenil. Scott Glenn como tercero en discordia, Madolyn Smith pasaba por allí con su cabellera morena de mujer fatal y Barry Corbin (siempre será el gran Maurice Minnifield de Doctor en Alaska por mucho que se ponga a otras alimenticias labores) remata la función como tío Bob.
La historia es previsible, tópica y consabida. Respeta el recorrido conocido.
Como una etapa del Tour de Francia. Comienzan rodando por un valle, a buena velocidad, a continuación suben un escarpado puerto, gloria de la historia, llegan a lo alto plenos como nunca, siguen, bajan la montaña, caen muy hondo, hasta el fondo del precipicio, para, ya cansados pero todavía esperanzados, volver a ascender hasta los cielos del Everest del amor y la vida y llegar por fin escapados, fuga feliz mediante, cogidos de la mano (como los enormes Lemond e Hinault, tan míticos, hicieron en el ochenta y seis, reconciliados tras muchos dislates y desafueros, un el último hurra por ellos) huyendo de un pelotón monstruoso (formado por un solo individuo en este caso, el corredor más villano y temido de todos, el ogro, el inefable Lance Armstrong), cruel e insensible, incapaz de entender de ternura y amabilidad.
La única novedad en el frente, más allá de la cuestión geográfica y los usos y costumbres sureños reducidos al tipismo más básico y bonachón, reside en el obsesivo, y por momentos muy cansino, escenario en el que se desarrolla casi toda la historia, ese bar-museo-gimnasio-parque temático-hondonada tejana y vaquera en el que lo mismo te das de mamporros con los colegas más recalcitrantes que te ligas a las andobas o maromos más sabrosones, te echas unos bailes que ni Fred Astaire o te subes al toro mecánico y te partes en dos o veintidós, lo mismo nos da. Lupanar, pressing catch, plaza de toros, hipódromo, lugar de citas, reunión de gañanes y cenáculo de señoritas, todo cabe en ese concentrado y destilado de las esencias norteamericanas más añejas y ya en vías de extinción.
La otra rareza, un poco, más o menos, es la apariencia de realismo rudo, minucioso y sobrio que oculta con poco disimulo una película juvenil de las de toda la vida de dios (Karate Kid o Rocky o incluso Flashdance tienen exactamente la misma estructura), en las que chico o chica humilde de orígenes escasos se abre camino en la gran ciudad a través de sus habilidades deportivas artísticas y consuelos amatorios, ya sea el karate, el boxeo, el baile o el rodeo, con, eso sí, la originalidad en este caso de un toque a lo Cowboy de medianoche, sin, por supuesto, la sordidez y grandeza de aquel estupendo personaje que interpretó Jon Voight, aquí más moderado, todo, y mojigato.
No está mal, aunque quizás le sobren muchos minutos y la premisa sea demasiado obvia como para que uno se entusiasme demasiado. Se deja ver.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
A pesar de que es evidente que hay dos personajes principales que deben ser virtuosos y generosos a todo poder con el fin ineludible de que el público como no puede ser de otra manera se identifique con ellos y desee, por lo tanto, su bien amoroso, durante buena parte de la película, especialmente él, quedan retratados como un par de mastuerzos de cuidado. Él actúa como becerro infantil, inconsistente, egoísta, corto, ridículo y potencialmente violento. Ella se muestra consentidora en exceso (sobre todo con el malote) y bastante tontaina y voluble.
Y en el caso del expresidiario, excepto en el tramo final en el que nos quieren dejar claro que es un energúmeno peligroso, de mucho cuidado, al revés, casi que gana en comparación con ellos dos, más sereno, templado y maduro en varias ocasiones.
En este sentido, no son muy finos a la hora de construir los personajes ya que para que la acción transcurra por el trazado previsto, los zarandean de tan mala manera que casi parecen simples fantoches sin criterio, entereza o dignidad alguna.
Y en el caso del expresidiario, excepto en el tramo final en el que nos quieren dejar claro que es un energúmeno peligroso, de mucho cuidado, al revés, casi que gana en comparación con ellos dos, más sereno, templado y maduro en varias ocasiones.
En este sentido, no son muy finos a la hora de construir los personajes ya que para que la acción transcurra por el trazado previsto, los zarandean de tan mala manera que casi parecen simples fantoches sin criterio, entereza o dignidad alguna.