No me gusta prácticamente ninguna de las decisiones narrativas que se toman:
a) La voz del narrador aparece más o menos cuando le da la gana, para ese viaje no hacían falta esas alforjas, mejor la mudez perfecta, dar la callada por respuesta, di no a la vana charlatanería, a la glosa vacía.
b) Cuando se habla de un posible terror peligro que atañe a una realidad harto improbable, no me parece bien que real casualmente suceda o pase ese hecho anunciado previsto temido, es un truco demasiado tonto obvio.
c) Los diálogos de los chavales son desagradablemente impostados y artificiosos a fuerza de querer parecer naturales y espontáneos, enrollados y descastados, resulta insufrible observar ese esfuerzo malhablado, esas pullas, esos insultos, esa guerra de guerrillas tan copiada, tan poco creíble de esa manera presentada.
d) Los conflictos de los chicos son demasiado explícitos y machacones y deterministas y simplones y fatalistas y están expuestos de forma burda e insistente.
e) Las lloreras repentinas como recurso descarado para adensar, exagerar, dejar más claro todavía si cabe el origen de la pena, son incómodas como poco, de mal gusto.
f) No está bien esa desconfianza en la fuerza pura del verbo, en la desnuda e inteligente narración, y que por ello tengan que poner imágenes donde con las palabras era más que suficiente.
g) La trama de los mayores es muy lerda/tópica.
h) Los recuerdos también estarían mejor sin volver a un pasado tan romo, mejor algo más sugerido o imaginado.
En verdad, casi todo obedece al mismo fallo o alude a igual problema, a la poca confianza que tienen en el público, a la necesidad desesperada de subrayar/remarcar cada hecho, sentimiento, dolor, encanto o palabra, al intento de crear/poner sobre la mesa del cirujano drama o tragedia o metáfora o enseñanza de/en cada situación o sucedido o pensamiento como si en la infancia o en esa aventura todo fuera decisivo, maravilloso o clave, como si no hubiera lugar a tiempos muertos, naderías o simplemente nada, el tiempo que pasa, como si los niños se vieran en la obligación los benditos de ser unos tarados o unos papagayos, a hablar como si fueran escritores prematuros salingerianos con sus muchos de aúpa autoéxamenes freudianos psicoanalíticos ya a cuestas y no, es muy cargante y cansino especialmente ese parloteo constante/repelente, todo lo cual provoca un resultado tan histriónico y poco sutil.