Cuando la superpotencia del entrenimiento Disney, una de las pocas que quedan de referencia, despliega su arsenal, acojona. Otra cosa es que luego alcanzen los objetivos; los económicos casi siempre y no le importan los "daños colaterales" que generan algunas de sus versiones menos acertadas. Aquí ganan la batalla con dos Emmas, generalas de armás tomar y unos buenos sargentos (siempre es un placer encontrarse con Paul Walter Hauser) y una producción que no escatima en gastos, porque puede. La dirección artística y el vestuario (Jenny Beavan) lo petan y una play list que te pone en pie aunque lo que te esten contando se esté repitiendo y el metraje dure más de lo debido. Todo ello bien envuelto en la tendencia woke que prima en la actualidad
Cruella de Vil viene a corroborar que los malos de los clásicos de Disney nada tienen que envidiar o incluso superan a los edulcorados protagonistas y quieren contar su versión de los hechos. El filón es inagotable.

Esta Cruella que ya no fuma viene con espíritu punk a remover el cotarro acomodado de los dálmatas Pongo y Perdita y reevindicar a Buddy (Bobbie) un mestizo callejero (que vagaba por las calles chipriotas en la realidad) y Wink (Bluebell) un chihuahua tambien callejero con un ojo herido. Cuando adoptas y amas animales que por una u otra razón han sufrido, te lo dan todo. Ambos encantadores le roban el protagonismo a los famosos dálmatas que fueron creaciones CGI. 

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