Dado que no he visto, o al menos no la recuerdo la versión ("El seductor" / 1970 ) que Don Siegel hizo de la novela del estadounidense Thomas Cullinan (1919-95)  editada en el 1.966 me libro de hacer comparaciones que siempre suelen ser odiosas. Supongo como ha dicho Sofía Coppola que no es una nueva versión de la película de Siegel sino una nueva adaptación de la novela de Cullinan, que lógicamente son cosas diferentes. Y a cada cual le gustará más una u otra o las dos en función de vaya usted a saber qué. También es obvio que los 70 no son los 2018 y que el punto de vista femenino de Coppola, supongo, añade distancia del de la mirada de Siegel, autor al año siguiente de "Harry el sucio".

La directora venía de un "pinchazo" con "The Bling Ring" (2013) que a mi personalmente me gustó, y de un proyecto que no acabó de cuajar con Nicole Kidman. La búsqueda de otro proyecto donde pudieran seguir colaborando dio con esta sutil, bella y elegante película donde las pasiones, las frustraciones e incluso el terror suenan en una melodía ejecutada con sordina pero perfectamente afinada. Primero lo innegable: el mimo con que enmarca los hechos donde la belleza sureña de Louisiana se luce en la fotografía de Philippe Le Sourd hibridandose con una luz o ausencia de ella en los interiores de la casa que mantienen un tono ominoso e inquietante durante toda la narración. Acierta también a mi juicio al dejar que sea la propia naturaleza y las piezas musicales que interpretan las mujeres la única banda sonora creando una calma ficticia que precede a la tempestad. Mención aparte merece el valor simbólico de la imponente fachada de la casa como la guarida de Circe, magistralmente interpretada por Nicole Kidman. El resto del reparto no le va a la zaga, con una dirección de actrices, en este caso, estupenda, cuyos personajes cual Mantis Religiosas, hijas de la educación machista y represiva de su sociedad acaban por devorar al macho para intentar huir de su soledad. Las similitudes con la tragedia lorquiana de "La casa de Bernarda Alba" son notables.

Coppola es tan celosa de la intimidad de sus personajes como ellos mismos. Poco o nada sabemos de cómo son en realidad y es por las rendijas de sus detalles por donde respiran y salen a la luz sus entresijos. Es el espectador el que debe completar y juzgar si así lo desea el perfil de cada uno de ellos. Kirsten Dunst borda el suyo. En un momento dado el cabo McBurney contempla una tela de araña. Premonición de su destino. La guerra exterior que transcurre fuera no es ni la mitad de intensa que la que transcurre en el interior de los personajes y Coppola no ha querido con acierto subrayar lo evidente. Obviar las premisas de los géneros y contenerlos a todos en una caja de Pandora.

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