Nueve de las catorce novelas del reputado escritor británico Ian McEwan (1948) han sido adaptadas a la pantalla. Algunas como la que nos ocupa guionizadas por él mismo. En el 2017 concretamente dos de su última etapa como novelista, etapa que dicen menos provocadora que en su juventud, donde reflexiona sobre temas como el amor y el sexo y en este caso la fe y las certezas, de la mano de dos directores con fuertes vínculos teatrales. He de decir que las sutilezas entre los miedos emocionales y la razón me convencieron más en "En la playa de Chesil" (Dominic Cooke) que en esta adaptación de Richard Eyre que se limita a servir el guión del propio McEwan en el cual, a mi juicio, no queda reflejado como debiera la carga existencial que lleva acumulada la protagonista (excelente Emma Thomson, eso sí) y tampoco el proceso por el que atraviesa el chaval, en una epifanía poco creible cuando la jueza le hace entrar en razón ante su fe impuesta. Así es que la Thomson se echa la responsabilidad a la espalda y Eyre deja que ella solita nos mantenga pegados a la pantalla con algunos momentos destacables. La imagen física y mental de Thomson y un Tucci (siempre eficaz) tampoco parece ser la más idónea para reflejar la decadencia y el aburrimiento tras años de matrimonio por mucho que el trabajo de ella sea absorbente. Entre tanta sutileza existencial Jason Watkins compone con brillantez un personaje impagable como el asistente de su señoría y sobre el que quizás McEwan podría encontrar una actitud ante la vida que diera para otra de sus novelas.

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