(...) como la desesperada carrera de Beaton, disfrazado de diablo, ante la manada, o el negro que, vestido de blanco, galopa sobre un toro, o esa insuperable manifestación de amor en que Keaton afirma ante su patrón que "sólo la quiere a ella" en tanto que la hija, decepcionada, ve aparecer a la vaca ...

Escenas como la del protagonista montando a caballo (en los lugares más inverosímiles, o pegado al cuello o casi encima del rabo), o colocándole luego, con toda candidez y empujado por los celos, cuernos postizos a su "Ojos castaños" ... bastarían para constituirse por sí mismas en una antología del más brillante y corrosivo Keaton.