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Voto de Juan Marey:
7
1 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“A diez segundos del infierno” fue uno de los primeros trabajos en la carrera cinematográfica de Robert Aldrich, quien años más tarde alcanzaría la fama con la dirección de “Doce del patíbulo”, sin embargo, el nombre de Aldrich no figura en los títulos de crédito, ya que en el montaje final de la película, los responsables del estudio entendieron que la duración del film era demasiado larga, por lo que decidieron eliminar 30 minutos de metraje, esta decisión, adoptada de manera unilateral por parte de la productora, indignó a Aldrich, que exigió la restitución del material eliminado, como finalmente el estudio no accedió a los deseos del director, el nombre de este fue eliminado de los créditos, curiosamente fue una producción auspiciada por los estudios británicos Hammer Films y sus protagonistas eran soldados alemanes.
“A diez segundos del infierno” es una película “de guerra” sin batallas ni despliegues estratégicos, la película exhibe un tono íntimo y fatalista, deliberadamente anti-espectacular, subrayado por el enfrentamiento entre Koertner y Wirtz, las secuencias de desactivación oscilan entre un tenebroso sentido de la pedagogía y la inevitable tensión que emerge del peligro, juegan maliciosamente con los aspectos mentales más distorsionados, negados o ignorados del público, proponiéndole una pesadillesca percepción de la vida que conduce al film hacia el terreno del expresionismo, Aldrich trabaja cada plano como lo haría un pintor: la textura neblinosa de los claroscuros, la construcción del espacio, el aspecto físico de los personajes y su modo de moverse tienen la definición, la necesidad, el tono preciso para expresar una emoción más que una reflexión, las secuencias resueltas en términos exclusivamente visuales revelan una gran tensión y confirman a Robert Aldrich como un cineasta extraordinariamente dotado para la creación de clímax, en ese sentido, “A diez segundos del infierno” es una película que nos sirve para ratificar el talento de Aldrich como director. La austeridad de los míticos estudios de la UFA en Berlín, en pleno proceso de rehabilitación tras haber quedado sus instalaciones seriamente afectadas durante la guerra, no inspiraron especialmente al cineasta, que, en la medida que le fue posible, recurrió al rodaje en escenarios naturales, pese a que ello conllevara el encarecimiento de la producción, este hecho marcó el inicio de las desavenencias entre Aldrich y el productor del film, Michael Carreras, demostrándole a aquél que la disposición natural de un productor cinematográfico por limitar la creatividad del director al que tiene bajo contrato era un fenómeno que trascendía fronteras y que no se localizaba únicamente en Hollywood.
“A diez segundos del infierno” es una película “de guerra” sin batallas ni despliegues estratégicos, la película exhibe un tono íntimo y fatalista, deliberadamente anti-espectacular, subrayado por el enfrentamiento entre Koertner y Wirtz, las secuencias de desactivación oscilan entre un tenebroso sentido de la pedagogía y la inevitable tensión que emerge del peligro, juegan maliciosamente con los aspectos mentales más distorsionados, negados o ignorados del público, proponiéndole una pesadillesca percepción de la vida que conduce al film hacia el terreno del expresionismo, Aldrich trabaja cada plano como lo haría un pintor: la textura neblinosa de los claroscuros, la construcción del espacio, el aspecto físico de los personajes y su modo de moverse tienen la definición, la necesidad, el tono preciso para expresar una emoción más que una reflexión, las secuencias resueltas en términos exclusivamente visuales revelan una gran tensión y confirman a Robert Aldrich como un cineasta extraordinariamente dotado para la creación de clímax, en ese sentido, “A diez segundos del infierno” es una película que nos sirve para ratificar el talento de Aldrich como director. La austeridad de los míticos estudios de la UFA en Berlín, en pleno proceso de rehabilitación tras haber quedado sus instalaciones seriamente afectadas durante la guerra, no inspiraron especialmente al cineasta, que, en la medida que le fue posible, recurrió al rodaje en escenarios naturales, pese a que ello conllevara el encarecimiento de la producción, este hecho marcó el inicio de las desavenencias entre Aldrich y el productor del film, Michael Carreras, demostrándole a aquél que la disposición natural de un productor cinematográfico por limitar la creatividad del director al que tiene bajo contrato era un fenómeno que trascendía fronteras y que no se localizaba únicamente en Hollywood.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El film nos traslada a una Alemania en ruinas, y nos pone en el ojo del huracán a seis hombres, compañeros de penurias en el tramo final de la guerra, un grupo de soldados alemanes quienes ya no visten sus pomposos uniformes ni lucen sus insignias, quienes ya no luchan ni matan, son hombres derrotados que, en un intento de volver a la normalidad, arriesgan sus vidas desactivando los proyectiles agazapados entre las fantasmagóricas ruinas de lo que en tiempos fue una gran urbe, esos "A diez segundos del infierno" hacen referencia a esa corta distancia en la que se encuentran constantemente de ir al otro barrio, por si fuera poco, una estúpida apuesta entre ellos para ver quién dura más tiempo con vida servirá de gancho al espectador para crear mayor incertidumbre a la trama. A partir de esa sencilla premisa, Aldrich hace lo que mejor sabe, sacar jugo a sus personajes haciéndolos en su mayoría ni blancos ni negros, así nos muestra por un lado a un arquitecto alemán que acaba siendo el hombre de confianza de la mayoría del grupo, ese rol recae en Jack Palance, otro de los típicos héroes heridos de Aldrich, un hombre que ha sufrido la desilusión y que ahora trata de hacer frente a una existencia trastornada, como se nos revelará según avanza la película, Koertner, antes de la guerra, era un arquitecto famoso que había diseñado un buen número de edificios de los que ahora tan sólo quedan a su alrededor los escombros, él percibe que deshaciéndose de las bombas contribuye a la reconstrucción del país y que ése es ahora su verdadero trabajo. En el lado contrario del ring tenemos a Karl Wirtz, interpretado por Jeff Chandler, personaje que sí que es más de tonos oscuros, sin apenas nada que lo ilumine o de luz, un tipo despreciable, del que, desde la mismísima descripción que hace de él el narrador, sabes de sobra que toca odiar.