Tengo un problema con Brad Bird. No sé si os ha pasado a vosotros también, pero este señor me emociona más cuando me cuenta historias en animación digital (‘Los Increíbles’) que cuando utiliza a personas físicas. Me pasó con su entrega de ‘Misión Imposible’ y me pasa con esta y me temo que su principal defecto como director es que no termina de sacar petróleo de sus actores.

Pero lo que más rabia me da de ‘Tomorrowland: El mundo del mañana’ es que por algunos momentos me he llegado a tragar mis propias palabras. Su fantástico arranque inicial, su primera media hora (pausada, con ganas de contarte cosas) está llena de tantos detalles y de, porque no decirlo, magia que quita el hipo.

Pero después llega un batacazo sonoro, gordo. La película se va por los cerros de Úbeda. Los más pequeños quizás terminen disfrutando maravillados por los efectos especiales y algo del encanto que se mantiene del comienzo. Pero innegablemente, la película se va hundiendo poco a poco. Se pierde el mensaje, se pierde el concepto de lo que se está contando y sobre todo, prima el espectáculo visual. Por momentos me acaba pareciendo que el resultado final quiere ser un ‘Sky Captain & El mundo del mañana’ con el sello de la Disney. Puedo, incluso, acordarme del timo de ‘Maléfica’.

Así, la película se acaba haciendo aburrida y caótica en la que los personajes pierden todo el atractivo que podían llegar a tener. La heroína está ahí y sabes que tiene que ganar y por eso está Lindelof en el guión, para recurrir al deus ex machina e intentar salvar la historia.

Hay belleza en la fotografía, en algunos de los planos y en el arranque inicial, por eso quizás ‘Tomorrowland’ termine gustando más de lo que imagino. A mí, me ha convencido más bien poco.

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