Insuficiente western dirigido por un director menor, Robert D. Webb, y que alcanza un seis debido a la ciega admiración de un servidor por el género, para que engañarnos. Por el género y por Ryan. Porque a pesar de que el exboxeador de Chicago no alcanza ni muchísimo menos un buen nivel de interpretación, su mera presencia siempre repercute interés en los amantes del buen cine. Y en este caso no es menos.

Pero todo lo que en un principio puede ilusionar de esta cinta poco a poco se va cayendo debido principalmente al enorme lastre que supone el guión y porque no decirlo, un director que se pierde irremediablemente entre personajes inacabados y poco carismáticos. Ryan termina agotado de soportar solo el peso una cámara tan estática como las ideas de su director que, entre otros pecados, desaprovecha alarmantemente a dos figuras de la interpretación como Walter Brennan y Virginia Mayo. Al primero lo encorseta y le niega cualquier tipo de lucimiento. A la Mayo simplemente se permite el lujo de regalarle solo un par de primeros planos y a hacerla desaparecer durante gran parte del metraje. Imperdonable. Imagino a Ford o Huston creando de la pareja Ryan-Mayo una auténtica obra de arte y riéndose de lo malo que podría ser el guión pero lo grande que llegaba a ser su cámara. Dos directores y un aficionado, claro.

Del resto nada o poco más que comentar. Historia rudimentaria y carente de pasión, con unos personajes dedicados a saldar cuentas pendientes entre salones, cárceles y graneros. La pobre fotografía y la ausencia de espacios abiertos ahogan aún más si cabe al espectador que se limita a esperar ansioso cualquier final con tal de ir a coger algún dvd de Mann o Ford y volver a disfrutar con un género que, como cualquier otro, también tiene sus petardazos. Y este es uno. Creo que terminada esta crítica le pondré un cinco. Merecidísimo.