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Voto de Alfie:
8
7 de marzo de 2010
32 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alcanza Rossellini en “Paisá” su cine más circunstancial. Aquel que no tenía una planificación clara y que era esclavo de las propias situaciones que se les planteaban a los personajes. Unos personajes, por otro lado, que transitan sobre la inmediatez de los acontecimientos presentados de una manera tan espontánea como real. Y es que Rossellini es más que nunca narrador, cronista con su cámara de la liberación de Italia. Pero narrador en todos los aspectos; en la introducción de todos los episodios o, y más importante, en la forma de utilizar sus imágenes, sus planos. Estos, generalmente medios y generales, harán converger en uno la mirada de director y espectador haciendo que éste último se integre completamente en la propia narración y se convierta un “testigo presencial” de excepción. Una vez llegados a esta simbiosis, el film se transforma automáticamente en la exposición verídica y objetiva a la que Rossellini, sin duda, quería llegar.
Intención buscada y nacida solo de la cabeza de un genio. Basta solo con conocer como Rossellini llegó a ese convento y descubrió a esos mojes, con su sencillez y con su ingenuidad, para incluirlos en un episodio maravilloso y que anticipa claramente a “Francesco, Giullare di Dio”. O como utilizó a un regimiento de soldados americanos estacionados cerca de Roma, incluido su material, sus carros blindados o incluso un grupo de soldados alemanes que tenían como prisioneros. Aspectos afortunados, espontáneos o una mezcla de ambos pero que transforman el film en algo único e irrepetible. También en este sentido volver a destacar el contexto bélico natural donde se rueda, con imágenes de la Roma liberada, de la huída de las tropas alemanas, la presencia de una Florencia desconocida y fantasmagórica o el desembarco de las tropas anglo-americanas en Sicilia.
La evolución de los episodios es clara y nuevamente intencionada, adquiriendo más dramatismo conforme estos van avanzando. En especial los dos últimos, que se reivindican como los de más calidad y que obligan al espectador a tomar conciencia de los hechos presentados, tal y como haría en “Roma, Cittá Aperta” o “Germania Anno Zero” las dos otras obras maestras que completan la trilogía de la guerra de Rossellini. Un Roberto que con estas tres películas regala una visión objetiva como pocas del desarrollo de la Gran Guerra y de los posteriores estragos que causó en territorio europeo. “Paisá”, otra muestra de modernidad que, como sus dos hermanas gemelas, se hace completamente necesaria e imprescindible.
Intención buscada y nacida solo de la cabeza de un genio. Basta solo con conocer como Rossellini llegó a ese convento y descubrió a esos mojes, con su sencillez y con su ingenuidad, para incluirlos en un episodio maravilloso y que anticipa claramente a “Francesco, Giullare di Dio”. O como utilizó a un regimiento de soldados americanos estacionados cerca de Roma, incluido su material, sus carros blindados o incluso un grupo de soldados alemanes que tenían como prisioneros. Aspectos afortunados, espontáneos o una mezcla de ambos pero que transforman el film en algo único e irrepetible. También en este sentido volver a destacar el contexto bélico natural donde se rueda, con imágenes de la Roma liberada, de la huída de las tropas alemanas, la presencia de una Florencia desconocida y fantasmagórica o el desembarco de las tropas anglo-americanas en Sicilia.
La evolución de los episodios es clara y nuevamente intencionada, adquiriendo más dramatismo conforme estos van avanzando. En especial los dos últimos, que se reivindican como los de más calidad y que obligan al espectador a tomar conciencia de los hechos presentados, tal y como haría en “Roma, Cittá Aperta” o “Germania Anno Zero” las dos otras obras maestras que completan la trilogía de la guerra de Rossellini. Un Roberto que con estas tres películas regala una visión objetiva como pocas del desarrollo de la Gran Guerra y de los posteriores estragos que causó en territorio europeo. “Paisá”, otra muestra de modernidad que, como sus dos hermanas gemelas, se hace completamente necesaria e imprescindible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Mi escena favorita:
volviendo al tema de los mojes que aparecen en uno de los episodios no puedo dejar de reproducir la respuesta que dio Roberto cuando le preguntaron acerca de ese tono cómico que logró y que está representado magníficamente en la figura de fray Raffaele y que completan una serie de escenas, quizás no las más memorables, pero sí con mucho las más entrañables. Sino lean:
“Porque estos frailes, que se interpretaban así mismos, eran así. No sé si se acuerdan de uno que entra en la cocina, levanta la tapa del puchero y dice: “¡Ah, que buen olor!”. Era fray Raffaele, que era viejísimo y ya no entendía nada. Le dije que entrara en la cocina, se inclinara a oler y dijera la frase. “¿Ha comprendido?” “Sí, señor”, me contestó. Entonces, metió la cabeza en la cacerola, toda la nariz, de forma que tuve que sentarme en el suelo y tirar de él para que no se quemara. Tal era su ingenuidad. Fellini era entonces mi ayudante y daba instrucciones para que los monjes fueran entrando en una celda donde estaba yo con la cámara. Cuando le tocó entrar a fray Raffaele, le cedió el paso a Fellini, porque no quería pasar antes que el ayudante de dirección. Llegué a hacer una comedia de forma totalmente natural. Lo mismo ocurrió en “Francesco, Giullare di Dio”, donde todos los frailes eran auténticos, a excepción naturalmente de Fabrizi, que hacia el papel de tirano, y de aquel fraile muy viejo, Giovani il Semplice, que está siempre con Ginepro.”
volviendo al tema de los mojes que aparecen en uno de los episodios no puedo dejar de reproducir la respuesta que dio Roberto cuando le preguntaron acerca de ese tono cómico que logró y que está representado magníficamente en la figura de fray Raffaele y que completan una serie de escenas, quizás no las más memorables, pero sí con mucho las más entrañables. Sino lean:
“Porque estos frailes, que se interpretaban así mismos, eran así. No sé si se acuerdan de uno que entra en la cocina, levanta la tapa del puchero y dice: “¡Ah, que buen olor!”. Era fray Raffaele, que era viejísimo y ya no entendía nada. Le dije que entrara en la cocina, se inclinara a oler y dijera la frase. “¿Ha comprendido?” “Sí, señor”, me contestó. Entonces, metió la cabeza en la cacerola, toda la nariz, de forma que tuve que sentarme en el suelo y tirar de él para que no se quemara. Tal era su ingenuidad. Fellini era entonces mi ayudante y daba instrucciones para que los monjes fueran entrando en una celda donde estaba yo con la cámara. Cuando le tocó entrar a fray Raffaele, le cedió el paso a Fellini, porque no quería pasar antes que el ayudante de dirección. Llegué a hacer una comedia de forma totalmente natural. Lo mismo ocurrió en “Francesco, Giullare di Dio”, donde todos los frailes eran auténticos, a excepción naturalmente de Fabrizi, que hacia el papel de tirano, y de aquel fraile muy viejo, Giovani il Semplice, que está siempre con Ginepro.”