Los enfrentamientos entre los dos bandos en la Primera Guerra Mundial fueron muy encarnizados, la enorme presencia de trincheras y el armamento con bayonetas caladas obligaban a unos y a otros a arriesgar totalmente sus vidas para tomar al asalto las posiciones enemigas.

Sam Mendes nos ofrece la posibilidad de contemplar ese escenario de muerte y desolación, la inmensa llanura francesa enfangada por el barro y salpicada de los hoyos producidos por las balas de artillería y cadáveres, muchísimos, incontables, desmembrados y algunos semi ocultos, no enterrados por la mano del hombre sino por la acción de las propias bombas.

Y en las trincheras hacinamiento y miedo, mucho miedo, del real, del que hiela la sangre y nos paraliza, la muerte se huele y se siente en el estampido de cada cañonazo que rompe el aire.

Una película cruda, sencilla en su argumento y desarrollo, exenta de complejidad pero con una realización extraordinaria, tanto en la presentación de las trincheras como del mismísimo campo de batalla.