Treinta y seis años después de su estreno volví a sentirme parte de la leyenda más arrebatadora de todos los tiempos.
Reconozco que las hay más detalladas, más técnicas, mejor argumentadas, con diálogos más punzantes y eficaces..., pero la Guerra de las galaxias ha sido, es y será la madre de todas las aventuras.

Y, aún a riesgo de parecer asquerosamente pedante, me da igual la opinión de la crítica profesional, la amateur o la de andar con zapatillas... solo puedo decir que un servidor jamás ha vuelto a sentir la misma magia ni el mismo entusiasmo en una sala de cine. ¿De qué me sirve que otros piensen lo contrario?

Los disparos luminosos, las espadas laser, los entrañables R2D2 y C3PO, el malo malísimo, la princesa doña ensaimadas, las tropas imperiales, el lado oscuro de la fuerza, la fanfarria inicial de su banda sonora, las velocidades de vértigo desafiando el armamento enemigo, el pequeño Yoda, Obiwan, Cheewaka, los Jedi... dios mío, cuánta artesanía, cuántos recuerdos.

Me llevó tiempo aceptarlo, pero ahora me veo capaz de decirlo sin ruborizarme: Nunca habrá nada igual. Por más grandiosos que sean sus efectos especiales, por muy guapos que sean los protagonistas o por muy buenos que sean sus guiones.
Digan lo que digan, con el permiso del Imperio contraataca, la guerra de las galaxias cerró el círculo.

Que la fuerza os acompañe.