Horizontes de grandeza no es un clásico por casualidad. Es cine del que ya no se hace.
La película de William Wyler (vaya nombre, el suyo, dentro de la historia del Séptimo Arte) maneja a la perfección los tópicos del western: el conflicto este-oeste, personificado en el contraste entre la elegancia urbanita del personaje de Gregory Peck y el asilvestrado y visceral comportamiento del de Charlton Heston (una de las pocas veces en su carrera en la que adoptó un rol secundario, el mítico Moisés y Ben-Hur); la maestra, liberal, intelectual y simpática, en contraste con la pija, infantil y estirada amada inicial del protagonista; los conflictos por la tierra y, en este caso, el agua; y por supuesto los duelos y las peleas. Todo se muestra en pantalla con maestría, con una enorme inteligencia y con un manejo del tempo dramático admirable.
Sin duda, la cinta es demasiado larga, como suele ocurrir con tantos clásicos de la época dorada de Hollywood, pero sin duda es una película excepcional. Y qué reparto. Bur Ives ganó el Oscar, sin ir más lejos, y Jean Simmons está fantástica.
Imprescindible.

Lo mejor: Los paisajes naturales de California y su desierto, su manejo impecable de los tópicos Oeste, y su inmaculado reparto.
Lo peor: Es larguísima. No hacían falta tantos minutos.