Difícil valorar una película como Glass.
Difícil porque hay que considerar también El protegido y Múltiple, y difícil porque presenta lo mejor y lo peor de M. Night Shyamalan, uno de los autores más brillantes e injustamente maltratados de los últimos años (desde The Village, se entiende, que es su obra maestra, por cierto). En parte es culpa suya también, no nos engañemos, pero esto es otro tema.
Lo peor viene porque a la película le cuesta la vida arrancar. La presentación es excesivamente larga, y uno se pregunta cuándo va a llegar la acción y cuándo van a juntarse por fin Kevin, David y Elijah, que es lo que queremos ver. Y ojo, tenía que ser así, para comprender por qué es tan importante el personaje de la siempre excepcional Sarah Paulson, pero la paciencia del espectador tiene límites y Shyamalan juega con ellos demasiado alegremente. A un director como él no se le puede permitir que aburra, y menos con estos personajes entre manos, y aquí casi casi patina.
Lo bueno es que su tercio final, su clímax, es tan bueno, casi magistral, que se le perdona todo. Con una tensión y acción que pone el corazón a la altura de la garganta, Shyamalan vuelve a hacer un sobresaliente retrato de los superhéroes (o superhombres, más bien), apoyado en el sensacional trabajo de un monumental Bruce Willis, un siniestro Samuel L. Jackson y las docenas de personalidades por las que pasa James McAvoy con facilidad pasmosa. Son tantos los detalles, tantas las frases inolvidables, tanta la genialidad de la narración, que hay que acabar rindiéndose ante Shyamalan de nuevo.
Lástima de ese inicio tan pesado, porque podríamos estar hablando de una maravilla, pero aun así hay que verla. Y disfrutarla.

Lo mejor: Su reparto, extraordinario, y todo su tercio final, incluido su magistral epílogo. Puro Shyamalan.
Lo peor: Le cuesta tanto arrancar... Imperdonable.