! Vaya delicia de película!.
Un guion inteligente y unos actores fantásticos hilvanan una historia digna de elevarse a los altares cinematográficos de la fantasía sobrenatural, a la que muy pocos tienen acceso por cierto, como no se llamen Lubitsch, Capra, Mankievicz y es posible que alguno más que se me escape pero que, sin duda, ninguna de las innumerables variantes surgidas a raíz de estas películas han conseguido hacerles sombra.
Pero Alexander Hall, un relativamente ninguneado director, lo consiguió.
Conjugando excelentemente los aspectos cómicos y satíricos con el suave romanticismo, nos presenta una sólida historia muy hábil y trabajada, que no por plantear una situación harto improbable deja de tener cierta profundidad y discurso en su mensaje de que lo importante es el interior y que, aquí, sí que nos lo creemos, toda vez que a nuestro protagonista (un Robert Montgomery que compone una interpretación enérgica y muy convincente) le han hecho una auténtica jugarreta en el cielo en el que, al parecer, también se cometen errores y muy gordos.
Bañándolo todo de una suave y fina ironía (imprescindible en este tipo de films) nos presentan a un boxeador que sufre un accidente de aviación.
Ya tiene mala pata el tipo, porque resulta que de la gran cantidad de funcionarios celestes que trabajan por allí (que os pensabais que eran ángeles??), encargados de recoger las almas difuntas, va a topar precisamente con el más diligente de todos (Edward Everett Horton, no hay más que hablar) que, claro, seguramente todavía no había obtenido plaza fija y por eso se apresuraba en su labor, para así obtener puntos ante el altísimo.
Este exceso de celo va a provocar una catástrofe porque el alma de nuestro amigo será transportado instantes antes de la colisión, es decir, estando aún vivo, lo que implica que esos metetes celestes no tienen ningún derecho a intervenir así en el orden natural de las cosas, por lo que resulta una clara intromisión que no les compete, tal y como nuestro protagonista bien sabrá reivindicar feroz y asertivamente sin necesidad de abogado ni nada.
Afortunadamente, el funcionario jefe (Claude Rains, tampoco hay nada que decir) así lo comprende y dará orden de que ese alma sea devuelto a su cuerpo. Pero !ay! su colega y mánager (James Gleason en un papel divertidísimo) ya lo habrá incinerado por lo que será preciso encasquetarle otro cuerpo al protagonista que le deje medianamente satisfecho no vaya a ser que pida la hoja de reclamaciones y en el cielo rueden cabezas.
No destripo más porque no quiero pasarme pero la trama es deliciosa y a todos los mencionados debo añadir la compañía de otros ilustres como Evelyn Keyes (la chica), John Emery (ladino secretario), Donald MacBride (inspector), Rita Johnson (pérfida esposa), Halliwell Hobbes (impagable mayordomo) y unos cuantos más que desfilan con su buen hacer y ponen su sello de distinción que marca la diferencia.
Mencionar, por último, que esta película tiene remake, naturalmente, pero yo les recomendaría que vieran primero ésta que es, sin duda, la mejor. Dudo mucho que al verla, haya lugar para protestas.