Pixar lleva tres o cuatro años tocando techo. Cuando parece que ya no podrán hacer nada mejor, Lasseter y compañía se sacan un as de la manga y vuelven a dar una lección de cine (mal que les pese a los detractores de la animación).
Up tiene todo lo que ha hecho de Pixar el rey de la animación: una técnica impecable e insuperable, una historia tan emotiva como divertida, personajes cautivadores, gran banda sonora, etc. Pero Up es un pelín más innovadora y arriesgada. Su protagonista no es el más atractivo del mundo. El viejo Carl, un viudo cascarrabias, no es a priori un reclamo infalible, y más cuando su figura sirve para reflejar sobre la soledad, el dolor, la pérdida de la ilusión y la frustración. Y entonces lo de siempre: ¿pero esto no es una película para niños? Síííí. Para ellos está Russell, Kevin y los demás. Para los niños mayores como nosotros están Carl y Ellie, con los que se consiguen momentos verdaderamente magistrales, de cine con letras mayúsculas. Y para todos hay una aventura vibrante, un espectáculo visual impresionante y un sinfín de emociones.
Up es para todos los públicos, pero no por ello es el típico producto estúpido y ñoño para contentar a la familia feliz. Pixar no se lo puede permitir. Sus películas no son "películas de animación": son películas en toda regla, y ya nadie que entienda y ame mínimamente el cine puede denigrarlas por el simple hecho de no utilizar escenarios reales o actores de carne y hueso. Si una película como Up me emociona (y ya lo hace a los cinco minutos), me divierte, me hace vibrar y soñar tanto o más que la mayoría de estrenos de este año, no puedo hacer más que alabarla y recomendarla a todo el mundo. Porque Up es más emotiva de lo que parece, más divertida de lo que parece, más profunda de lo que parece y más inteligente de lo que parece. Es la última sorpresa de un grupo de genios con una sorprendente capacidad para sorprender.
Al César lo que es del César.