Un guionista es, en ciertos aspectos, como un mago. De hecho, comparten una regla fundamental: tan importante es el truco como la presentación que otorgues al mismo. Sin una adecuada introducción al artificio, el truco está vacío, obsoleto desde el inicio. Son fuegos artificiales que cuando terminan son inmediatamente olvidados. Y de eso peca exactamente esta serie.

Ni el creador ni el guionista pueden pretender que el conjunto de misterios que ofrece esta serie te pegue mínimamente a la pantalla si lo que la acompañan son personajes mal desarrollados, diálogos crípticos que ya huelen a pocho y una larga retahíla de golpes de efecto que se ven venir desde Cuenca si tienes un mínimo de bagaje en productos del estilo.

Una serie que, por desgracia, bebe de lo peor de Perdidos, y que pretende hacer algo remotamente similar con un ritmo irritantemente lento donde los últimos cinco minutos de resolución saben a broma amarga, a producto de misterio amateur disfrazado de gran producción.

A los nuevos en el género, puede gustarles si se dejan llevar por el misticismo barato de cada final de capítulo. A los veteranos, advierto: no hay nada nuevo aquí y le vais a ver las costuras desde el primer capítulo.