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Voto de harryhausenn:
7
6,1
2.878
Comedia. Fantástico
Cuando dos amigos no muy inteligentes encuentran una mosca gigante, viva y atrapada dentro de un coche, ambos deciden entrenarla para ganar dinero con ella.
8 de junio de 2021
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si merece la pena explicar los entresijos del argumento. Digamos que dos amigos encuentran una mosca gigante a la que pretenden adiestrar. Ni siquiera sé si ha de gastarse tiempo explicando la trama de cualquiera de las otras películas de Dupieux, pues se trata de un cine en el que un gag deja paso a otro. Como hicieran en su día los Monty Python y asumiendo un estilo completamente televisivo el motor de la narración consiste en un encadenamiento de sketches orientados, efectivamente, en el mismo sentido, pero sin que nadie parezca saber en qué dirección.
He ahí lo verdaderamente desternillante de Mandibules. Dos infelices con muy pocas luces y a cargo de una tarea muy sencilla van y se distraen con una mosca. Pues vaya. En cualquier momento podrían decir la verdad, incluso apartarse de la gente que encuentran en su camino, y todo el lío se acabaría. Pero no. No sólo es que mientan, porque claro que mienten, sino que ni siquieran elaboran una coartada. En cambio, según se van hundiendo en el fango de su fraude y cuando se ven entre la espada y la pared, inexplicablemente, caen de pie. El alibí les aparece ya resuelto por el resto de personajes, quienes presuponen a los protagonistas más listos de lo que en realidad son. Por consiguiente, éstos sólo tienen que responder afirmativamente con una onomatopeya y la mentira vuelve a ganar credibilidad.
He ahí lo verdaderamente desternillante de Mandibules. Dos infelices con muy pocas luces y a cargo de una tarea muy sencilla van y se distraen con una mosca. Pues vaya. En cualquier momento podrían decir la verdad, incluso apartarse de la gente que encuentran en su camino, y todo el lío se acabaría. Pero no. No sólo es que mientan, porque claro que mienten, sino que ni siquieran elaboran una coartada. En cambio, según se van hundiendo en el fango de su fraude y cuando se ven entre la espada y la pared, inexplicablemente, caen de pie. El alibí les aparece ya resuelto por el resto de personajes, quienes presuponen a los protagonistas más listos de lo que en realidad son. Por consiguiente, éstos sólo tienen que responder afirmativamente con una onomatopeya y la mentira vuelve a ganar credibilidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En una de sus escenas más míticas, a su vez una de mis favoritas de la historia del cine, Hitchcock utilizaba el silencio como condicionante para influír en la respuesta del público, En Los pájaros el personaje de Jessica Tandy descubría horrorizada el cádaver de su vecino, al que las aves habían arrancado los ojos. En vez de gritar, la mujer salía corriendo de la casa, incapaz de articular sonido alguno tras el shock de la imagen. Esta respuesta de la actriz no sólo resultaba verosímil en respuesta al hecho de toparse frente a frente con una visión horrenda, sino que además suponía una oportunidad para que los espectadores, tan sorprendidos como el personaje, se oyeran a sí mismos gritar de pavor.
Algo similar ocurre en Mandibules. El personaje de Adèle Exarchopoulos, sospechando que los invitados de su mejor amiga esconden algo en la habitación, allana el cuarto del dúo protagonista para encontrarse de bruces con una estampa horripilante: una mosca gigante que campa a sus anchas. Durante varios segundos, planos y contraplanos entre la mosca, impasible, y la actriz, inmóvil y boquiabierta, se suceden en silencio.
En esta ocasión, al contrario que con el clásico de Hitchcock, el público no grita, o no de espanto, si acaso. Sino que resopla entre dientes intentando disimular, luchando por contener la risa para no romper el silencio, para no interrumpir la escena que se alarga de manera exagerada. En vano, por supuesto, ya que una risa reprimida es mucho más contagiosa que una risotada liberada. Es por ello que otras risas tímidas se van uniendo mientras los rostros de la actriz y del insecto se turnan en la pantalla. Hasta que ocurre lo inevitable: carcajada general incontenible en el patio de butacas.
La película es una huída sin rumbo cuando no era necesario ni siquiera echar a correr. Es por eso que la escena ya mencionada entre Adèle Exarchopoulos y la mosca cobra tanta fuerza y resulta tan descacharrante. Agnès, su personaje, es una chica que desde un traumatismo sufrido hace años sólo puede hablar a gritos. Desde entonces el vínculo con sus amigas no hizo más que reforzarse. Es por ello, que cuando su mejor amiga invita a esa pareja de patanes a pasar el fin de semana con el grupo de amigas Agnès, queriendo protegerlas, desconfía.
Lo que comienza como un simple desdén de Agnès hacia los dos hombres, con ciertas pullas y reproches, termina evolucionando en acusaciones erróneas, aunque eso sí, más que fundadas. De este modo, Agnès decide pasar a la acción y entrar en la habitación de los invitados para saber qué esconden allí dentro...
Una. Mosca. Gigante.
Ese silencio que se prolonga demasiado resulta hilarante no sólo por la situación absurda ni por la mueca de la fabulosa actriz. Agnès sería el único personaje capaz de destapar la raquítica estrategia de los protagonistas y cuando por fin lo hace, la incredulidad ante el descubrimiento la sobrepasa y se queda instantáneamente fuera de juego. Los desgraciados tienen vía libre de nuevo y lo que es más cómico aún, sin ser, una vez más, por méritos propios.
Inconscientemente esperamos que la chica que lleva chillando desde que entró en escena, grite en el mismísimo segundo en el que vea la mosca. Por inercia esperamos un alarido que no llega y en su lugar nos enfrentamos a un silencio que, por imprevisible, nos noquea y nos saca de la situación con una risa de estupefacción a la que sigue una carcajada cuando volvemos a ser conscientes del disparate que es Mandibules.
La película se regocija en su sinsentido y rompe todos los esquemas a su público, que se rinde al dislate en sonora celebración. Incluso la pareja de antihéroes parecen recobrar un mínimo de lucidez en el desenlace, pero como ya ocurría en Au poste!, justo en el último segundo Dupieux no nos deja escapar del delirio. Una mirada que atraviesa la cuarta pared nos anuncia que la extravagancia continúa y que el público formamos parte de ella
¡Toro!
hommecinema.blogspot.com
Algo similar ocurre en Mandibules. El personaje de Adèle Exarchopoulos, sospechando que los invitados de su mejor amiga esconden algo en la habitación, allana el cuarto del dúo protagonista para encontrarse de bruces con una estampa horripilante: una mosca gigante que campa a sus anchas. Durante varios segundos, planos y contraplanos entre la mosca, impasible, y la actriz, inmóvil y boquiabierta, se suceden en silencio.
En esta ocasión, al contrario que con el clásico de Hitchcock, el público no grita, o no de espanto, si acaso. Sino que resopla entre dientes intentando disimular, luchando por contener la risa para no romper el silencio, para no interrumpir la escena que se alarga de manera exagerada. En vano, por supuesto, ya que una risa reprimida es mucho más contagiosa que una risotada liberada. Es por ello que otras risas tímidas se van uniendo mientras los rostros de la actriz y del insecto se turnan en la pantalla. Hasta que ocurre lo inevitable: carcajada general incontenible en el patio de butacas.
La película es una huída sin rumbo cuando no era necesario ni siquiera echar a correr. Es por eso que la escena ya mencionada entre Adèle Exarchopoulos y la mosca cobra tanta fuerza y resulta tan descacharrante. Agnès, su personaje, es una chica que desde un traumatismo sufrido hace años sólo puede hablar a gritos. Desde entonces el vínculo con sus amigas no hizo más que reforzarse. Es por ello, que cuando su mejor amiga invita a esa pareja de patanes a pasar el fin de semana con el grupo de amigas Agnès, queriendo protegerlas, desconfía.
Lo que comienza como un simple desdén de Agnès hacia los dos hombres, con ciertas pullas y reproches, termina evolucionando en acusaciones erróneas, aunque eso sí, más que fundadas. De este modo, Agnès decide pasar a la acción y entrar en la habitación de los invitados para saber qué esconden allí dentro...
Una. Mosca. Gigante.
Ese silencio que se prolonga demasiado resulta hilarante no sólo por la situación absurda ni por la mueca de la fabulosa actriz. Agnès sería el único personaje capaz de destapar la raquítica estrategia de los protagonistas y cuando por fin lo hace, la incredulidad ante el descubrimiento la sobrepasa y se queda instantáneamente fuera de juego. Los desgraciados tienen vía libre de nuevo y lo que es más cómico aún, sin ser, una vez más, por méritos propios.
Inconscientemente esperamos que la chica que lleva chillando desde que entró en escena, grite en el mismísimo segundo en el que vea la mosca. Por inercia esperamos un alarido que no llega y en su lugar nos enfrentamos a un silencio que, por imprevisible, nos noquea y nos saca de la situación con una risa de estupefacción a la que sigue una carcajada cuando volvemos a ser conscientes del disparate que es Mandibules.
La película se regocija en su sinsentido y rompe todos los esquemas a su público, que se rinde al dislate en sonora celebración. Incluso la pareja de antihéroes parecen recobrar un mínimo de lucidez en el desenlace, pero como ya ocurría en Au poste!, justo en el último segundo Dupieux no nos deja escapar del delirio. Una mirada que atraviesa la cuarta pared nos anuncia que la extravagancia continúa y que el público formamos parte de ella
¡Toro!
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