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Voto de harryhausenn:
9
10 de enero de 2022
143 de 252 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chico conoce chica. Y ya está. De eso trata Licorice pizza. De primeras podría parecer un argumento demasiado manido, visto ya mil veces, demasiado simple... Y lo es, pero en la nueva película de Paul Thomas Anderson lo importante no es el argumento, la trama, lo que cuenta, sino la suma de tres puntos: la manera de contarlo, la época que se retrata y el espacio en el que transcurre.
1973 en el valle de San Fernando. Gary se prepara para la foto del anuario de su instituto y allí conoce a la ayudante del fotógrafo, Alana, casi diez años mayor que él. Muy seguro de sí mismo, se viene arriba y decide invitarla al bar al que él suele ir. Tras un sonoro e instantáneo rechazo, sorpresa. ella acude a la cita. Licorice pizza sigue cómo esta relación tiene lugar por parte de dos jóvenes en plena adolescencia: él estrenándola y ella resistiéndose a abandonarla. Una chica que no quiere madurar y un chico que quiere ser mayor. Es innegable que el carisma, la chispa y la vitalidad del dúo protagonista bien podrían sostener las más de dos horas de metraje, pero no estamos hablando de una comedia romántica al uso. El Qué, se ve alzado y desarrollado a su máxima expresión gracias al Cuándo, al Dónde, y sobre todo, al Cómo.
Tras Boogie nights y Puro vicio, es la tercera vez que Paul Thomas Anderson retrata los años 70 y en esta ocasión sublima la representación de la época. En Boogie nights quiso abordar el funcionamiento de toda una industria a través de un actor porno y su séquito. La majestuosidad de su puesta en escena, la ambición de aquella, su exitosa segunda película, y todo el contenido de su trama rocambolesca resultaron en una obra de una consistencia y potencia sorprendentes. Se presentaba al gran público el Anderson cartógrafo, el pupilo de Altman que construía y a la vez limitaba el patio en el que la acción transcurría, en el que los personajes se entrecruzaban y, a partir de estos encuentros, el relato avanzaba.
Eso sí, el problema de los atlas es que pasan por alto el detalle. Los Ángeles aparece en todos los mapamundi, pero para las esquinas en la que los comercios quiebran y vuelven a abrir se necesita un mapa mejor adaptado. Abarcar menos y apretar más. En Licorice pizza Anderson nos convierte en exploradores de un terreno que él ya conoce. Nos permite captar toda la ciudad y la época gracias a la precisión con la que agarra la cámara y la pluma, digna del Cassavetes de Minnie & Moskowitz. Esta vez, el espacio se crea a partir de los recorridos de los personajes. Si bien, estos periplos parecen modestos, los lugares y personajes con los que coinciden provocan una expansión del marco espacial en la mente del espectador y hacen que captemos toda la esencia de Los Ángeles a través de las vivencias de los dos jóvenes. Licorice pizza, la pizza de regaliz eran los LP en el argot, según el propio Anderson, símbolo inequívoco de su infancia. Si el Combray de Proust emergía de una magdalena que caía en el té, Los Ángeles de Anderson salen de un vinilo que da vueltas y cuya banda sonora acompaña toda la película.
Si bien hay una creencia por la que el mejor montaje cinematográfico es aquel que apenas se nota, en Licorice pizza la virtuosidad del cineasta hace que su dirección pase desapercibida, lo que no significa que sea inapreciable. Esto es debido a la ligereza de la que dota cada instante sacado de las anécdotas de Gary Goetzman, productor de cine, Además, logra transmitir al público una sensación de eterna juventud y despreocupación en cada movimiento, como si la cámara flotase y por lo tanto nuestra mirada de espectador se volviera liviana, como si el movimiento grácil, las muecas socarronas y las miradas pillas de los protagonistas fuesen contagiosas pese a la barrera de la pantalla.
1973 en el valle de San Fernando. Gary se prepara para la foto del anuario de su instituto y allí conoce a la ayudante del fotógrafo, Alana, casi diez años mayor que él. Muy seguro de sí mismo, se viene arriba y decide invitarla al bar al que él suele ir. Tras un sonoro e instantáneo rechazo, sorpresa. ella acude a la cita. Licorice pizza sigue cómo esta relación tiene lugar por parte de dos jóvenes en plena adolescencia: él estrenándola y ella resistiéndose a abandonarla. Una chica que no quiere madurar y un chico que quiere ser mayor. Es innegable que el carisma, la chispa y la vitalidad del dúo protagonista bien podrían sostener las más de dos horas de metraje, pero no estamos hablando de una comedia romántica al uso. El Qué, se ve alzado y desarrollado a su máxima expresión gracias al Cuándo, al Dónde, y sobre todo, al Cómo.
Tras Boogie nights y Puro vicio, es la tercera vez que Paul Thomas Anderson retrata los años 70 y en esta ocasión sublima la representación de la época. En Boogie nights quiso abordar el funcionamiento de toda una industria a través de un actor porno y su séquito. La majestuosidad de su puesta en escena, la ambición de aquella, su exitosa segunda película, y todo el contenido de su trama rocambolesca resultaron en una obra de una consistencia y potencia sorprendentes. Se presentaba al gran público el Anderson cartógrafo, el pupilo de Altman que construía y a la vez limitaba el patio en el que la acción transcurría, en el que los personajes se entrecruzaban y, a partir de estos encuentros, el relato avanzaba.
Eso sí, el problema de los atlas es que pasan por alto el detalle. Los Ángeles aparece en todos los mapamundi, pero para las esquinas en la que los comercios quiebran y vuelven a abrir se necesita un mapa mejor adaptado. Abarcar menos y apretar más. En Licorice pizza Anderson nos convierte en exploradores de un terreno que él ya conoce. Nos permite captar toda la ciudad y la época gracias a la precisión con la que agarra la cámara y la pluma, digna del Cassavetes de Minnie & Moskowitz. Esta vez, el espacio se crea a partir de los recorridos de los personajes. Si bien, estos periplos parecen modestos, los lugares y personajes con los que coinciden provocan una expansión del marco espacial en la mente del espectador y hacen que captemos toda la esencia de Los Ángeles a través de las vivencias de los dos jóvenes. Licorice pizza, la pizza de regaliz eran los LP en el argot, según el propio Anderson, símbolo inequívoco de su infancia. Si el Combray de Proust emergía de una magdalena que caía en el té, Los Ángeles de Anderson salen de un vinilo que da vueltas y cuya banda sonora acompaña toda la película.
Si bien hay una creencia por la que el mejor montaje cinematográfico es aquel que apenas se nota, en Licorice pizza la virtuosidad del cineasta hace que su dirección pase desapercibida, lo que no significa que sea inapreciable. Esto es debido a la ligereza de la que dota cada instante sacado de las anécdotas de Gary Goetzman, productor de cine, Además, logra transmitir al público una sensación de eterna juventud y despreocupación en cada movimiento, como si la cámara flotase y por lo tanto nuestra mirada de espectador se volviera liviana, como si el movimiento grácil, las muecas socarronas y las miradas pillas de los protagonistas fuesen contagiosas pese a la barrera de la pantalla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Sí puede apreciarse un ligero esquema narrativo por el que cuatro secundarios: un actor joven, un actor viejo, un millonario mujeriego y un candidato a la alcaldía van encauzando la desenvoltura de la relación entre los jóvenes. También los negocios que montan ellos dos juntos, una tienda de colchones de agua y una sala de pinball. Sin embargo, la mayor parte de las subtramas que se abren no concluyen en una escena concreta No sabremos qué ha ocurrido con el actor veterano tras la escena de la moto, ni cómo ha reaccionado el novio de Barbra Streisand al ver su casa inundada, ni quién era exactamente el tipo escuálido que vigila, a lo Travis Bickle de Taxi Driver, al candidato a la alcaldía. Todo aquello que los jóvenes no viven in-situ deja de preocuparles al instante, por lo que no tiene cabida en el tono de júbilo y celebración de la cinta. Cuando la reconciliación se consolida, la historia termina con una promesa lanzada al aire, de manera abrupta, como si todo lo que siguiese después de esa declaración de amor ya no formase parte de la juventud, como si el hedonismo y la inconsciencia renunciasen a una previsión o proyección futura sentimental, social o económica.
Es curioso que el título de la película se concretice en un único objeto cuando estamos hablando de una nostalgia que renuncia al fetichismo, que capta más el espíritu de una expresión artística de la época que en una fijación obsesiva en gadgets, eventos o estilos de moda. Renunciar a lo material de la superficie y sumergirse en la esencia del momento.
hommecinema.blogspot.com
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Es curioso que el título de la película se concretice en un único objeto cuando estamos hablando de una nostalgia que renuncia al fetichismo, que capta más el espíritu de una expresión artística de la época que en una fijación obsesiva en gadgets, eventos o estilos de moda. Renunciar a lo material de la superficie y sumergirse en la esencia del momento.
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