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Voto de Chris Jiménez:
10
Drama Dos hermanas viven con su padre, abandonado por su mujer. La más joven ha tenido una aventura y se ha quedado embarazada, la mayor ha abandonado a su marido y se ha refugiado con su hijo en la casa paterna. Cuando de pronto reaparece su madre, su estupor no tendrá límites. (FILMAFFINITY)
2 de mayo de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una habitación oscura. El padre, mirando a la nada, reflexiona sobre los posibles errores que ha cometido como tal; su pesado suspiro es un gesto de rendición absoluta.
Él se supone el pilar del hogar y al estar quebrado por dentro todo se desmorona; dos columnas más pequeñas, las hijas, no pueden soportar ya tanto peso. Afuera nieva, el frío es doloroso e inclemente...

Este momento y otros aquí contenidos representan bien la esencia de esta obra maestra que por desgracia parece haber sido relegada a un segundo plano por otras más conocidas firmadas por el mismo autor. Ozu retornó de un largo paréntesis con la muy áspera, densa y mordaz película "Primavera Precoz", bien recibida en su momento; vuelve con Kogo Noda y entonces, si bien parece que va a desarrollar uno de sus proyectos "típicos", se desmarca hacia otros terrenos, pero haciendo uso de una discreción encomiable.
Esto hará que guionista y realizador no compartan las mismas ideas y cunda el conflicto entre ellos; éste último sostiene firmemente sus ideas y defiende su modo "nuevo" de enfocar el concepto y la historia, que de algún modo parece heredada de la gran novela "East of Eden" de John E. Steinbeck, adaptada por Elia Kazan. Este relato turbulento de dos hermanos muy diferentes que conviven en Monterey con el padre y se han de enfrentar a la aparición inesperada de la madre es trasladado no a Kamakura ni a Kyoto, lugares comunes de la cinematografía "ozuniana", sino otra vez a Tokyo.

[Hay que subrayar la escena de apertura como una de las más bellas y perfectas lecciones de estilo, composición y narrativa conforme al espacio que deben ocupar los personajes que se hizo en toda la Historia del cine japonés; 4 minutos y medio vienen a definir el tono que se mantendrá en la obra hasta el final, filmando Ozu planos sencillos, cortos, muy en su habitual registro, y aún así operando "raccords" un tanto inusuales para él. En esta breve secuencia Shukichi entra en un bar después de salir de su oficina y mantiene una conversación trivial con la dueña y un cliente; Ozu se recrea más que nunca y concede a lo banal un sentido de solemnidad grandioso. Un sombrero colgado en la pared y una mirada perdida de este hombre (a quien da vida ese Chishu Ryu en uno de los mejores papeles de toda su carrera) ].
Un gesto amargo, que abre la historia realmente. Así el director nos sumerge en una Tokyo enterrada en tinieblas, una Tokyo de neblina, nieve y oscuridad constante, incluso de día el gris domina con fuerza la escala cromática; claramente no es un lugar de prosperidad, y si antes se movía en el otoño o la primavera ahora Ozu se refugia en el frío invernal. Hasta el final ésta será una obra de interiores, cuya estructura se debatirá en desarrollarse entre bares y hogares, y no nos demoramos en entrar en el de los Sugiyama.

Sin preámbulos somos lanzados a una situación de malestar: la hija mayor, Takako, se ha ido de casa porque su matrimonio ha llegado a un punto insoportable mientras que Akiko vagabundea cual alma en pena evitando todo contacto con los presentes, y el gesto de Shukichi es el de la pura impotencia. El cineasta modela los principios formales de una atmósfera que no esconde su condición angustiante; si antes sus familias gozaban de una cierta armonía ahora la tristeza se ha instalado hasta en lo más profundo de las entrañas del hogar.
La puesta en escena maneja un espacio ciertamente reducido y los personajes están separados por centímetros, pero la famosa frontalidad "ozuniana", más que un avatar de la madurez de su estilo, se muestra aquí como lo que es: una imagen que aun en su presencia compartida sugiere la separación ontológica entre los seres. Reina la soledad y los lazos familiares se han cortado; el cuándo y el cómo nunca deja de cuestionarse, pues la distancia lo separa todo: padres e hijos, maridos y esposas, amantes, amigos, y todos, al fin y al cabo asumen su parte de culpa. En un momento que hiela los huesos, Shukichi se lamenta de no haber dejado elegir a Takako por su cuenta al hombre con quien debía compartir su vida...

Pareciera que Ozu se plantea un regreso expiatorio a su "Primavera Tardía" y condena las decisiones de sus personajes. En efecto la boda de Noriko fue un error y el resultado es éste: la infelicidad (de ahí que la obsesión por el matrimonio aparezca sin gran importancia en esta ocasión). Pero afuera la vida no es mejor.
Una generación errante, perdida y desempleada, y que encarna la perpetuamente melancólica Akiko, quien busca desesperada a su novio Kenji. Al apostar por la opacidad narrativa y la densidad, Ozu evita la transparencia en sus protagonistas y construye grandes intrigas trágicas a su alrededor, además de hacer que esa distancia humana funcione a modo de barrera sentimental.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Ni un solo travelling, porque la existencia en Tokyo es estática, ni efectos de cámara increíbles son necesarios para removernos las entrañas, hacernos vibrar con la tragedia humana, pero desde la óptica del más grandioso humanismo. Ryu y Yamada, a quienes jamás vemos cruzarse (la distancia de los cónyuges, antes metafórica, ahora es física), ofrecen unas actuaciones soberbias, Setsuko Hara vuelve como la versión madura y fracasada de Noriko, y la bella Ineko Arima nunca nos dará el placer de verla sonreír.
Mientras, disfrutamos de los conocidos Haruko Sugimura, Kinzo Shin, Kamatari Fujiwara (en el único personaje que dará muestras de verdadera generosidad) y Nobuo Nakamura, logrando una gran naturalidad gracias a su contención y economía expresiva, como ese genial Teiji Takahashi (que se erigirá en trovador de la historia regalándonos un momento magistral). El tren parte pero, ¿hay realmente una salida, una oportunidad de borrar las heridas del pasado?...lo que hay, sin duda, es la humilde resignación al presente.

Ya nunca habrá más inviernos en blanco y negro en la inmensa Tokyo, pero ha merecido la pena sufrirlo...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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