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Voto de Chris Jiménez:
10
Drama La historia está ambientada en 1907, en Uppsala, Suecia, y se centra en los Ekdahls, la familia del joven Alexander y su hermana Fanny. Los padres se dedican al teatro y son felices, hasta que el padre muere de forma repentina. Al poco tiempo, la madre decide casarse con un líder religioso conservador, una decisión que cambiará sus vidas. (FILMAFFINITY)
9 de marzo de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Todo puede ser, todo es posible e inusitado. El tiempo y el espacio no existen; sobre una débil trama de realidades la imaginación teje y modela nuevas formas".
Con estas palabras de August Strindberg finaliza una cumbre de la cinematografía universal en general y de Ingmar Bergman en particular; el último y verdadero adiós a su cine...

Desde que fuera acusado de evasión fiscal en beneficio de su productora y haber sido recluido en un hospital por grave depresión para luego mudarse a Alemania, el maestro sueco no había pisado su país natal desde 1.977; su último trabajo, destinado a la televisión ("De la Vida de las Marionetas"), es uno de las más rabiosamente oscuros de su carrera, pero queda muy lejos de los antes realizados. Da forma en este exilio a una historia que lleva madurando algún tiempo; de carácter autobiográfico será no sólo su obra más desnuda y sincera, sino la más ambiciosa, extensa, costosa y complicada.
Será también, en sus propias palabras, la última que hará, pues ni posee la fuerza física ni psicológica para continuar el oficio; esta coproducción de millones de coronas cuyo principal socio capitalista es el Instituto Sueco de Cinematografía supone el tan esperado retorno a su tierra, y en ella vierte todos sus recuerdos y emociones a través de un relato situado a inicios del siglo XX en el seno de una vasta, pintoresca y truculenta familia burguesa, los Ekdahl, dominada por una cariñosa matriarca (Helena), en el cual se evoca el descubrimiento del mundo real de dos hermanos, Alex y Fanny, por medio de una gran tragedia que sacude los cimientos de dicha familia: la muerte del padre.

Pero la historia, que se verá dividida en unos tres actos (a mí juicio) con su prólogo y epílogo, tiene a bien empezar no en un frío, violento y desencantado mundo, sino en plenas fiestas navideñas a partir de otro mundo muy personal para Bergman: el del teatro. Amor, pasión, diversión y calidez; desde los tiempos de sus comedias costumbristas nunca se mostró tan abiertamente feliz. En lugar de observar este microcosmos exclusivamente a través de los ojos de Alex, decide detenerse y analizar largo y tendido a cada uno de los miembros de los Ekdahl; así este acto remite a la construcción humana y dramática de una conocida tipología "bergmaniana".
El tío idiota, la criada joven y sensual, el otro tío seductor, los niños rebeldes e inocentes, el padre sensible; la mayoría de las mujeres están modeladas a partir de Karin, la madre del cineasta: chismosas, estrictas, permisivas, gritonas, divertidas, melancólicas. Si bien debajo de este universo pomposo y colorido no tardarán en surgir los primeros signos de cobardía, sordidez, insatisfacción, tristeza, odio, avaricia y dolor, por ahora en él rebosa la felicidad y el film se concede tiempo para celebrar la vida a cara descubierta. Los bonitos recuerdos de la infancia se proyectan a través de la linterna mágica, primer signo de la importancia de la imaginación.

Llegan la presencia palpable e inevitable de la muerte cuando el padre de Alex (Oscar) cae presa de un ataque cardíaco; adiós a la tranquilidad, al júbilo, se infiltra la oscuridad, los gritos, los temores. Como otras veces en el cine del sueco, los fantasmas penetran al mundo de los vivos y acechan desde los rincones silenciosos, no aterradores, sino tristes. En un alarde del poder visual que subyace a la sencillez compositiva de Bergman, los dos niños protagonistas ven a su progenitor sentado al piano; el espectro errante y aún cargado de pesares que no vimos en "Gritos y Susurros" aparece en escena con una paciencia y frialdad que hiela los huesos.
El segundo acto lo inicia la introducción de un personaje que arrancará los peores pensamientos y emociones a Alex y Fanny y así al espectador: el obispo Vergérus. Creyendo hallar en el severo hogar de éste un remanso de paz y el camino de la verdad, la madre (Emelie) se enfrenta junto a sus hijos al abandono del cálido nido familiar y a la perversidad y crueldad de otra familia que sirve, en la mortificación y contrición, a un culto perverso, depravado. Bergman y su fiel operador Nykvist nos atrapan en una atmósfera gélida, estéril y tenebrosa, desasosegante hasta la indigestión; y el primero se transmuta, ahora más que nunca, en su pequeño protagonista.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Como "Secretos de un Matrimonio", "Fanny y Alexander" ve la luz en una versión que sacrifica cruelmente dos horas de metraje; no así es aplaudida por crítica y público y se lleva con todos los honores el Oscar a Mejor Película Extranjera. Ese mismo año Bergman anuncia que abandona, oficialmente, el mundo del cine; aun así, si lleva buscando infatigable su perfección en el mismo, por fin la ha logrado.
El adiós con un maravilloso milagro: la victoria del amor sobre el odio. En otros títulos no sería posible, pero sí en esta ocasión: los niños pueden reunirse de nuevo con su madre en la gran casa familiar, sede de una humanidad que desafía la presencia del Mal y la propia finitud de su existencia mediante la renovada celebración de la ilusión, la fantasía, el cariño y la generosidad.

Y así se apagaron los gritos y susurros...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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