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Voto de Chris Jiménez:
10
7,9
9.362
Drama
Suecia, siglo XIV. Como cada verano, una doncella debe hacer la ofrenda de las velas en el altar de la Virgen. El rey Töre envía a su hija Karin en compañía de Ingrid, una muchacha que odia a Karin en secreto. Antes de cruzar el bosque, Ingrid se detiene y abandona a la princesa, pero la muchacha prosigue su camino y se encuentra con unos pastores, aparentemente afables, que la invitan a compartir su comida. (FILMAFFINITY)
13 de febrero de 2017
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La joven doncella morirá en el espeso bosque por dos desalmados que le arrebatarán primero el orgullo y luego la vida...pero el destino siempre se gira en contra de los pecadores, condenados a un final imposible de esquivar.
La furia de Odín y la inmisericordia de Dios toman forma en una sangrienta y descorazonadora leyenda de muerte y venganza.
Seguramente sea una afirmación muy atrevida teniendo en cuenta la innumerable cantidad de joyas que adornan su carrera, pero "El Manantial de la Doncella", tan polémica como aplaudida en su momento, podría ser considerada la obra magna del maestro Ingmar Bergman, quizá por debajo de "El Séptimo Sello"; sin duda una obra que marcaría ese importante periodo de transición en el cine del sueco (de los '50 a los '60), objeto de una depuración donde se pasaría de una fase de conquista exterior a un movimiento de repliegue, ganando el espacio interior en una profundidad cada vez más vertiginosa.
Antes de traernos en esta etapa maravillas como "Persona" o su Trilogía del Silencio, Bergman se propuso regresar a los tiempos de la Edad Media adaptando una leyenda sueca que conoció de estudiante, "Per Tyrssons döttrar i Vänge", la cual relata el (enigmático y escabroso) origen de la iglesia de Kärna. Esta vez firma el guión la escritora Ulla Isaksson, célebre por sus reflexiones sobre la religión y la fe del ser humano, lo que congeniaba a la perfección con las ideas del director, quien además se inspira en "Rasho-mon" (con la violación Bergman irá más lejos que Kurosawa, pues éste nunca la mostró).
Dicha leyenda narra, aun sufriendo cambios dependiendo del lugar y la época, cómo las tres hijas del noble Per Tyrsson (o Töre) y su esposa Karin son decapitadas por tres rufianes que les roban sus pertenencias para más tarde llegar a la casa de su padre buscando cobijo. Según se cuenta, los atacantes fueron abandonados de pequeños por sus progenitores, los mismos Per y Karin; los hermanos habían matado a sus hermanas y el padre a sus hijos, quien decidió construir una iglesia para expiar su pecado. Esta tragedia toma un nuevo camino: sólo una hija morirá, Karin, los criminales serán dos y otros dos observarán, pero las consecuencias serán las mismas...
Desde el primer momento en "El Manantial de la Doncella" entran en conflicto dos creencias, la tradicional escandinava (la de los paganos y blasfemos) y la religiosa cristiana (la de los puros y castos), materializadas en los personajes principales de Karin e Ingeri: ésta última, pobre, desaliñada y con gran rencor en su interior, pide a Odín que la ayude en su venganza contra la primera, una preciosa doncella mimada, consentida y mentirosa que irá a la iglesia para ofrecer los cirios en la misa. Veremos un retrato de familia cristiana, devota (quizás reflejo de la familia luterana del director), ignorantes de la desgracia que les marcará y que su dios, quien supuestamente ayuda y protege, no será capaz de evitar.
Un sapo actuará de presagio de muerte mientras el Diablo ronda en secreto a Karin, quien será advertida por su madre ("el demonio seduce al inocente, se afana por destruir lo bueno"); este Diablo acechante tomará la forma de un viejo tuerto que las mujeres encontrarán en el bosque y cuyo sacrificio (una de las escenas más escalofriantes de la película) será ofrecido para calmar la sed de venganza de Ingeri. Todo se halla bajo el signo de la amenaza y la fantasmagoría, y pronto el ambiente bucólico reinante (la doncella, los tres pastores, las cabras, la resplandeciente hierba) se tornará sombrío y grotesco al producirse el crimen, atroz y efímero; la nieve cubrirá el espacio, el brillo del Sol dará paso a la oscuridad.
Como si de un voyeur "hitchcockiano" se tratase, a la vez consumida por la culpa y el deseo, Ingeri observa en silencio, al igual que el niño, cuya conciencia irá corroyéndose por el encubrimiento; será el misterio y la fatalidad del destino los que jueguen un importante papel en la segunda mitad, cuando los mismos asesinos se presenten ante los padres de Karin. El fraile, adivinando de algún modo el secreto oculto por el pequeño, le advierte del castigo que espera en el Infierno a los pecadores, aunque le insta a no perder la fe, a confiar en Dios para salvarse; sobrecogedora irrupción que ayudará a elevar la tensión antes del brutal, necesario y significativo clímax (hablaré con más detalle en la Zona Spoiler).
La culpa invade a todos los personajes, quienes avanzan juntos por el bosque bajo la mirada de ese negro cuervo que siempre ha estado presente: a Ingeri por presenciar el crimen, a Märeta por sus celos hacia Töre, y a éste por haber ejecutado su venganza a ojos de un dios que ha permanecido en silencio (frente a la deidad pagana de Odín, que ha desatado la maldad y el caos); como de costumbre para el director, que vuelve a hacer hincapié en sus más profundas obsesiones, su protagonista se cuestiona sobre su fe e implora a Dios una respuesta que jamás llegará, sirviendo sólo la expiación como única salvación.
Mientras los actores brindan unas magistrales interpretaciones, con unos soberbios Max Von Sydow, Gunnel Lindblom y Birgitta Valberg a la cabeza, Bergman recrea con precisión el medievo sueco (como en "El Séptimo Sello") gracias a una puesta en escena tan sobria como hipnótica y al gran trabajo de Sven Nykvist, cuya fotografía llena de oscuridad y saturación de luz confiere a la atmósfera un tono inquietante, siniestro y no obstante extrañamente bello. Un cuento desgarrador de crimen, fe, culpa, castigo, maldad, inocencia y venganza convertido en obra inmortal de la Historia del cine (con un bien merecido Oscar a Mejor Película). Cine en estado puro.
El agua brota por la gracia de Dios, un agua brillante y de purificación, un agua que servirá para limpiar todos los males. La expiación ha comenzado, la doncella puede descansar en paz sobre su manantial, acurrucada en una estampa final que es enteramente una imagen viviente de la Biblia.
La furia de Odín y la inmisericordia de Dios toman forma en una sangrienta y descorazonadora leyenda de muerte y venganza.
Seguramente sea una afirmación muy atrevida teniendo en cuenta la innumerable cantidad de joyas que adornan su carrera, pero "El Manantial de la Doncella", tan polémica como aplaudida en su momento, podría ser considerada la obra magna del maestro Ingmar Bergman, quizá por debajo de "El Séptimo Sello"; sin duda una obra que marcaría ese importante periodo de transición en el cine del sueco (de los '50 a los '60), objeto de una depuración donde se pasaría de una fase de conquista exterior a un movimiento de repliegue, ganando el espacio interior en una profundidad cada vez más vertiginosa.
Antes de traernos en esta etapa maravillas como "Persona" o su Trilogía del Silencio, Bergman se propuso regresar a los tiempos de la Edad Media adaptando una leyenda sueca que conoció de estudiante, "Per Tyrssons döttrar i Vänge", la cual relata el (enigmático y escabroso) origen de la iglesia de Kärna. Esta vez firma el guión la escritora Ulla Isaksson, célebre por sus reflexiones sobre la religión y la fe del ser humano, lo que congeniaba a la perfección con las ideas del director, quien además se inspira en "Rasho-mon" (con la violación Bergman irá más lejos que Kurosawa, pues éste nunca la mostró).
Dicha leyenda narra, aun sufriendo cambios dependiendo del lugar y la época, cómo las tres hijas del noble Per Tyrsson (o Töre) y su esposa Karin son decapitadas por tres rufianes que les roban sus pertenencias para más tarde llegar a la casa de su padre buscando cobijo. Según se cuenta, los atacantes fueron abandonados de pequeños por sus progenitores, los mismos Per y Karin; los hermanos habían matado a sus hermanas y el padre a sus hijos, quien decidió construir una iglesia para expiar su pecado. Esta tragedia toma un nuevo camino: sólo una hija morirá, Karin, los criminales serán dos y otros dos observarán, pero las consecuencias serán las mismas...
Desde el primer momento en "El Manantial de la Doncella" entran en conflicto dos creencias, la tradicional escandinava (la de los paganos y blasfemos) y la religiosa cristiana (la de los puros y castos), materializadas en los personajes principales de Karin e Ingeri: ésta última, pobre, desaliñada y con gran rencor en su interior, pide a Odín que la ayude en su venganza contra la primera, una preciosa doncella mimada, consentida y mentirosa que irá a la iglesia para ofrecer los cirios en la misa. Veremos un retrato de familia cristiana, devota (quizás reflejo de la familia luterana del director), ignorantes de la desgracia que les marcará y que su dios, quien supuestamente ayuda y protege, no será capaz de evitar.
Un sapo actuará de presagio de muerte mientras el Diablo ronda en secreto a Karin, quien será advertida por su madre ("el demonio seduce al inocente, se afana por destruir lo bueno"); este Diablo acechante tomará la forma de un viejo tuerto que las mujeres encontrarán en el bosque y cuyo sacrificio (una de las escenas más escalofriantes de la película) será ofrecido para calmar la sed de venganza de Ingeri. Todo se halla bajo el signo de la amenaza y la fantasmagoría, y pronto el ambiente bucólico reinante (la doncella, los tres pastores, las cabras, la resplandeciente hierba) se tornará sombrío y grotesco al producirse el crimen, atroz y efímero; la nieve cubrirá el espacio, el brillo del Sol dará paso a la oscuridad.
Como si de un voyeur "hitchcockiano" se tratase, a la vez consumida por la culpa y el deseo, Ingeri observa en silencio, al igual que el niño, cuya conciencia irá corroyéndose por el encubrimiento; será el misterio y la fatalidad del destino los que jueguen un importante papel en la segunda mitad, cuando los mismos asesinos se presenten ante los padres de Karin. El fraile, adivinando de algún modo el secreto oculto por el pequeño, le advierte del castigo que espera en el Infierno a los pecadores, aunque le insta a no perder la fe, a confiar en Dios para salvarse; sobrecogedora irrupción que ayudará a elevar la tensión antes del brutal, necesario y significativo clímax (hablaré con más detalle en la Zona Spoiler).
La culpa invade a todos los personajes, quienes avanzan juntos por el bosque bajo la mirada de ese negro cuervo que siempre ha estado presente: a Ingeri por presenciar el crimen, a Märeta por sus celos hacia Töre, y a éste por haber ejecutado su venganza a ojos de un dios que ha permanecido en silencio (frente a la deidad pagana de Odín, que ha desatado la maldad y el caos); como de costumbre para el director, que vuelve a hacer hincapié en sus más profundas obsesiones, su protagonista se cuestiona sobre su fe e implora a Dios una respuesta que jamás llegará, sirviendo sólo la expiación como única salvación.
Mientras los actores brindan unas magistrales interpretaciones, con unos soberbios Max Von Sydow, Gunnel Lindblom y Birgitta Valberg a la cabeza, Bergman recrea con precisión el medievo sueco (como en "El Séptimo Sello") gracias a una puesta en escena tan sobria como hipnótica y al gran trabajo de Sven Nykvist, cuya fotografía llena de oscuridad y saturación de luz confiere a la atmósfera un tono inquietante, siniestro y no obstante extrañamente bello. Un cuento desgarrador de crimen, fe, culpa, castigo, maldad, inocencia y venganza convertido en obra inmortal de la Historia del cine (con un bien merecido Oscar a Mejor Película). Cine en estado puro.
El agua brota por la gracia de Dios, un agua brillante y de purificación, un agua que servirá para limpiar todos los males. La expiación ha comenzado, la doncella puede descansar en paz sobre su manantial, acurrucada en una estampa final que es enteramente una imagen viviente de la Biblia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
De todos los grandes momentos que hallamos en "El Manantial de la Doncella", el más memorable sin duda ocupa los últimos veinte minutos de metraje: la brutal venganza que Töre llevará a cabo contra los asesinos de su hija, a quienes, sin saberlo, ha ofrecido cobijo en sus estancias.
Tras un inesperado y "shakespeariano" giro argumental casi impregnado de un incisivo humor negro (ácido guiño del siempre cambiante destino), en el que uno de los pastores regalará la túnica ensangrentada de Karin a Märeta, Töre se encuentra a Ingeri, que confiesa su culpa: sin posibilidad de actuar mientras observaba la violación mantenía en su interior el deseo de sufrimiento para la chica. De este modo, Töre prepara su castigo, primero lanzándose furioso contra el abedul (de algún modo representación de Dios en la naturaleza) para luego cortar sus ramas, pues ha de purificarse con ellas para entrar en combate.
Bergman mantiene la tensión en el espectador, pues todo es silencio, dejando que su protagonista investigue cuidadosamente en las bolsas que han traído los pastores, allí postrados, durmiendo, ignorando el peligro que les acecha. Después de encontrar las pertenencias de su hija clava con fuerza el puñal sobre la mesa, proclamando su acto de venganza; no así el noble aguarda paciente sobre su trono, a que Dios, que ha hecho entrar las primeras luces de la mañana a través de la trampilla del techo, sea testigo de los sucesos que van a cometerse. La atmósfera no puede presentarse más desasosegante...el violento estallido final está cerca.
Acto de pura rabia, asesinato descarnado; Töre, que siempre había permanecido en silencio durante toda la película, revela toda su furia contra aquellos que le arrebataron a Karin. Las palabras del fraile se cumplen: los pecadores han pagado por su crimen y se disponen a arder en el Infierno (en un soberbio primer plano veremos cómo uno de los pastores es empujado al fuego de la hoguera, pereciendo sobre las llamas).
Incluso el pobre niño será ajusticiado por guardar el secreto, en manos de un Töre ciego de ira que más tarde pedirá a Dios apiadarse de su alma. Nunca en la Historia del cine se ha contemplado una venganza tan significativa, concienzuda (paciente, si se prefiere), sobre todo espiritual, y ello sin música, realzando así el realismo y la crudeza del momento, magníficamente rodado e interpretado, dando Von Sydow, Valberg, Axel Düberg y Ove Porath lo mejor de su actuación.
Tras un inesperado y "shakespeariano" giro argumental casi impregnado de un incisivo humor negro (ácido guiño del siempre cambiante destino), en el que uno de los pastores regalará la túnica ensangrentada de Karin a Märeta, Töre se encuentra a Ingeri, que confiesa su culpa: sin posibilidad de actuar mientras observaba la violación mantenía en su interior el deseo de sufrimiento para la chica. De este modo, Töre prepara su castigo, primero lanzándose furioso contra el abedul (de algún modo representación de Dios en la naturaleza) para luego cortar sus ramas, pues ha de purificarse con ellas para entrar en combate.
Bergman mantiene la tensión en el espectador, pues todo es silencio, dejando que su protagonista investigue cuidadosamente en las bolsas que han traído los pastores, allí postrados, durmiendo, ignorando el peligro que les acecha. Después de encontrar las pertenencias de su hija clava con fuerza el puñal sobre la mesa, proclamando su acto de venganza; no así el noble aguarda paciente sobre su trono, a que Dios, que ha hecho entrar las primeras luces de la mañana a través de la trampilla del techo, sea testigo de los sucesos que van a cometerse. La atmósfera no puede presentarse más desasosegante...el violento estallido final está cerca.
Acto de pura rabia, asesinato descarnado; Töre, que siempre había permanecido en silencio durante toda la película, revela toda su furia contra aquellos que le arrebataron a Karin. Las palabras del fraile se cumplen: los pecadores han pagado por su crimen y se disponen a arder en el Infierno (en un soberbio primer plano veremos cómo uno de los pastores es empujado al fuego de la hoguera, pereciendo sobre las llamas).
Incluso el pobre niño será ajusticiado por guardar el secreto, en manos de un Töre ciego de ira que más tarde pedirá a Dios apiadarse de su alma. Nunca en la Historia del cine se ha contemplado una venganza tan significativa, concienzuda (paciente, si se prefiere), sobre todo espiritual, y ello sin música, realzando así el realismo y la crudeza del momento, magníficamente rodado e interpretado, dando Von Sydow, Valberg, Axel Düberg y Ove Porath lo mejor de su actuación.