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Argentina Argentina · San Juan
Voto de Valuska:
8
Drama Charlotte es una famosa concertista de piano que ha estado tan volcada en su carrera que no ha visto a su hija Eva en siete años. Eva, que vive con su marido, un pastor protestante, y con una hermana gravemente incapacitada, mantiene con su madre una relación de amor-odio. Después de tantos años, Charlotte decide ir a visitarlos, pero el encuentro pronto se convertirá en un tenso duelo entre madre e hija. (FILMAFFINITY)
27 de mayo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Creía que era adulta, que tenía una imagen clara de ti y de mí, de la enfermedad de Helena y de nuestra infancia… Ahora me doy cuenta de que es bastante caótica”

Cruda película de Bergman que profundiza en la relación madre/hija, tal vez mejor dicho en la dificultad o imposibilidad de comunicación entre las personas, entre las almas, tema característico del maestro sueco, esta vez investigado desde el vínculo madre/hija. Los abismos que nos separan esta vez están representados en este vínculo de una madre que vuelve a encontrarse con su hija luego de varios años de separación. Encuentro que significará una tormentosa vuelta al pasado y un sacar a la luz los más profundos rencores y resentimientos fruto del roce y la fricción inherentes a todo contacto entre humanos aislados en sí mismos, como siempre parece sugerirnos Bergman.

“El mayor obstáculo es que no sé quién soy. Tropiezo en la oscuridad. Si alguien me quisiera por lo que soy podría, por fin, estudiarme a mí misma. Esa posibilidad es bastante remota.”

Los misterios que encerramos, los enigmas que se crean en las relaciones humanas, lo son hasta para la persona misma, incapaz de comprenderse e incapaz de sentirse verdaderamente cercana a alguien, como se deja ver en esto que escribe la protagonista en su libro, tiempo antes de las situaciones narradas en la película, y que el esposo nos lee, diciéndonos al final que “le faltan las palabras adecuadas" para hacerle saber su amor. ¿Existirán realmente esas palabras?, tal vez sea la duda que se nos plantea, ¿existe la posibilidad de acercarnos, comprendernos, comunicarnos y amarnos?

“Palabras hermosas que no significan nada real”, sentencia en otra escena Eva ante los halagos de su marido.

Y es que la película, y gran parte de la filmografía bergmaniana, tal vez se trate de estas máscaras, de estos papeles, que debemos cumplir para poder relacionarnos, cualquiera sea el tipo de relación. Sino, ¿cómo nos relacionaríamos? ¿Cómo podríamos dejar de lado todas nuestras miserias, nuestras esperanzas, nuestros más profundos sentimientos y motivaciones personales para poder acercarnos a otro ser igual de complejo? Estas son las preguntas que a mí me suscitan siempre la visión y revisión de las relaciones en las películas de Bergman, y esta película no es la excepción, muy al contrario, cuenta con un guion y unos diálogos devastadores y muy explícitos al respecto.

“Y conoces la entonación y los gestos del amor”, dice Eva a su madre en el clímax de la discusión.

Dificultad de acercamiento que se hace aún más carnal en lo referido a Helena, una tercera protagonista, hermana de Eva, con graves problemas motrices y dificultades para hablar. Dice su madre después de verla, en una escena donde el asco y el rechazo brotan de los ojos de Ingrid Bergman, que esta increíble en esta película: “Ahí estaba, mirándome con sus ojos grandes. Tomé su cara en mis manos y pude sentir la enfermedad tirando de los músculos de su cuello. ¿Por qué no puedo abrazarla como cuando era pequeña? Ese cuerpo devastado y suave, ésa es mi Lena”. Si entre Eva y su madre los rencores han podido salir a la luz a lo largo de la película y principalmente en el largo dialogo nocturno, con gritos, palabras hirientes, llantos, y donde las heridas estuvieron abiertas y expuestas después de años, donde al menos han podido resignarse a la pobre expresión de las palabras y hasta regodearse en la autocompasión escuchada por otro, lo de la pobre Lena es un calvario eterno en su impasible y casi absoluto aislamiento, callada no solo por la constante imperfección en la comunicación humana sino también por la excepcional crueldad de la carne y sus discapacidades. Tanto la escena en que la vemos arrastrarse por las escaleras intentando ir a donde discuten Eva y su madre, como en la que grita desesperadamente con las manos tiesas y sin consuelo, son dos de las escenas más impactantes, explicitas y crudas que Bergman haya filmado y que expresan de forma extrema la impotencia que todos sentimos por nuestras heridas y nuestra incapacidad de expresarnos completamente.

Tal vez la pregunta que le hace Eva a su marido no sea menor en la película: “¿Crees que soy adulta?”, y que más tarde la sensación de no serlo es lo que desencadena el dialogo entre madre e hija, cuando se da cuenta que su imagen del pasado “es bastante caótica” y no ha superado muchas cosas. ¿Podemos llegar a “ser adultos”? ¿Podemos acostumbrarnos a nuestro pasado, a nuestras miserias, a nuestras carencias, a nuestra debilidad? ¿Podemos realmente o es parte de nuestra esencia y de la existencia en sí? En cualquier caso, Eva no ha podido.
Valuska
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