Hay películas que da igual cuándo se hicieron, ya que independientemente de quién pueda verla en un momento dado, allá por los años sesenta del pasado siglo, ahora en la segunda década de este desdichado siglo que llevamos, tanto da: son obras maestras, son intemporales.

Una película de aventuras, rodada en África, por el poco valorado John Huston y con un dúo interpretativo formado por la reina de las actrices (con Bette Davis, por supuesto) y uno de los grandes actores (ahí pondría hasta ocho o diez a su altura y no es cuestión de aburrirles) jamás vistos, nunca podría defraudar. Pero es que lejos de empeorar o desmejorar la impresión, la vuelves a ver con cincuenta años y te sigue pareciendo tan maravillosa como cuando la viste hace cuarenta años en alguna sesión doble de algún cine o en la vieja televisión de tubo en una tarde de cine casero (aquellas Sesiones de Tarde de La 1, qué tiempos).

Todo funciona, el technicolor entra de forma estruendosa en nuestra mente, los ruidos de los animales de la selva, los gestos medidos de Bogart y Hepburn, los diálogos chispeantes. Una aventura de las de antes, una pareja de las de siempre, una película inolvidable.