El principal problema de "La visita que no tocó el timbre" es que todo parece indicar que se trata de una comedia, pero (personalmente) la única sensación que me ha dejado es de tristeza, de pena por una España gris con pisos llenos de muebles castellanos, de gente (sin problemas de dinero) que vivía sin agua caliente en casa y de prostitutas que juegan a las cartas en bata de boatiné sobre la mesa camilla mientras una de ellas amamanta a su hijo.

¿Más? De mujeres a las que se les pide perdón por haberlas llamado "señora" en vez de "señorita", de hombres a los que hay que proteger a cualquier precio de saber ( ni siquiera conocer el concepto) lo que es un pañal, de brazaletes de luto durante años, de vecinas que espían por las ventanas, de Ministerios polvorientos donde no trabaja ni una sola mujer...

Y todo ello, no en los años cuarenta, no. No en una zona aislada o marginal, no. Todo en pleno año 1965 en uno de los barrios más caros de Madrid.

No es tanto una mala película, como una película triste, melancólica y que ha envejecido mal, casi tanto como esos hermanos cuarentones que se han acostumbrado a vivir "de casa al Ministerio y del Ministerio a casa" y que, por mucho que lo nieguen, están deseando que les pase algo que rompa la rutina.

El único golpe de humor, sin embargo, es genial: una vecina (Rafaela Aparicio) a la que constantemente avisan cuando tiene una llamada a gritos por el patio (sí, en España en los años sesenta pasaban esas cosas) le dice furibunda a uno de los protagonistas (José Luis López Vázquez, el único que salva la función):
- ¡Usted, lo que no tiene es vergüenza!
Y él contesta
- ¡Y usted, lo que no tiene, es teléfono!