Excelente debut de uno de los cineastas más exitosos de todos los tiempos. “El diablo sobre ruedas” es un magnífico ejercicio cinematográfico donde el lenguaje visual prima sobre cualquier otro. Apenas hay diálogos, apenas hay voz en off, de hecho, este último recurso tan sólo es utilizado puntualmente, cuando se hace necesario verbalizar los pensamientos del protagonista, pues por lo demás, todas las sensaciones del personaje se manifiestan a partir de imágenes, y se hace, desde luego, de forma muy acertada. Tampoco hay nombres, no hace falta: tenemos un protagonista masculino que huye y un camión que acosa. De hecho, no es el camionero quien nos inquieta, es la presencia constante y amenazadora de ese camión (el diablo), como si, en realidad, tuviera vida propia.

Apenas transcurren unos minutos desde el inicio y ya estamos inmersos en el conflicto. Así, la cinta atrapa desde el principio, sin dar opción al despiste, mucho menos a la espera. Nos encontramos en la América profunda, extensa, desértica, sofocante, polvorienta y yerma. Estamos lejos de todo, los pocos seres humanos que encontramos, sin ser del todo hostiles, nos tratan como a forasteros, dudan de nuestra cordura y no quieren problemas. Las zarzas secas ruedan sobre la carretera desierta, la piel brilla sudorosa por el efecto del bochorno tanto como por el del pánico. El camión ruge y amenaza, nos espera, nos persigue, no nos suelta, somos su presa y ni siquiera comprendemos el motivo, casi enloquecemos. Nuestro objetivo es la huida, y cuando ésta se torna imposible, sólo nos queda la lucha por la supervivencia.

A destacar escenas y planos muy inquietantes: el camión esperando al final del túnel, las burlas de los niños que desconocen el estado de desquicie del protagonista, así como un largo etc. que prefiero omitir pues creo que lo que verdaderamente merece la pena es que el espectador lo descubra y lo viva por sí mismo.