Un canto a la vida y al optimismo. Así he odio siempre a la gente referirse a este clásico en blanco y negro.
Pues debe ser que mi pesimismo innato es incapaz de ver en esta cinta, ni más ni menos, que el relato de la vida de un papanatas.
Es curioso que el personaje de Stewart, renuncie al objetivo vital del americano de pro: el dinero. La honradez, la lealtad, la probidad no mueven más que a los tontos de capirote y en grado superlativo en ese país. La parte fabulada contiene incongruencias tan notables y está realizada de manera tan burda e infantil que apenas sí se traga uno que el protagonista despierte de su empecinado ensimismamiento. Únicamente las malas pulgas que suelta George cada vez que le sobreviene un contratiempo arrojan un halo de credibilidad a este cuento sin gracia y con una moraleja que es más bien una cabriola, donde el funambulista aterriza de pie con una cara de perplejidad tal que si fuese su primera pirueta.
Seguramente Disney habría sacado más provecho y más verosimilitud con un conejo o un pollito a la cabeza de un elenco animal para narrarnos la misma historia.