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Voto de Jlamotta:
6
6,6
7.870
Comedia. Drama
Robbie es un joven padre primerizo de Glasgow que no logra escapar de su pasado delictivo. Se cruza en el camino de Rhino, Albert y la joven Mo cuando, como ellos, evita por poco la cárcel pero recibe una pena de trabajos sociales. Henri, el educador que les han asignado, se convierte entonces en su nuevo mentor y les inicia en secreto… en el arte del whisky. Entre destilerías y sesiones de degustación, Robbie descubre que tiene un ... [+]
14 de noviembre de 2012
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ken Loach siempre me ha parecido un cineasta similar a Oliver Stone, por proponer un símil contemporáneo. Ambos profesan amor eterno al cine militante, de guerrilla, aquel que pretende encender la apagada y acomodada llama de la revolución. La diferencia entre el inglés y el norteamericano reside en que el autor de Wall Street deja a un lado su vertiente política para parir obras de puro entretenimiento sin más, como pueda ser Savages. En el caso de Loach, esto no es posible, ya que incluso sus comedias versan sobre la diferencia de clases, el maltrato a los débiles o hechos históricos de gran calado dramático. En esta ocasión, como ya hiciera en su reciente film, Looking for Eric, opta por la comedia como modo de expresión, sazonada por el inseparable drama que impregna la mayor parte de su filmografía. Loach nos habla de las segundas oportunidades, de su validez, de su justicia y de su razón de ser. ¿Merecemos todos una segunda oportunidad? ¿Es realmente posible hacer borrón y cuenta nueva, sean cuales sean nuestras acciones pasadas? ¿Está preparada la sociedad para, no solo perdonar, sino olvidar? El director de The Wind that Shakes the Barley (2006) opina que si, y lo hace de manera un tanto general, simplista e ingenua, en mi opinión. Apenas existen momentos reflexivos o de lucha interna de nuestro protagonista, Loach casi nunca busca el contrapunto a sus acciones ni se esfuerza por contrastar el presente mediante otros puntos de vista. Esto da lugar a un retrato algo descuidado y demasiado sencillo del drama que conlleva saber que solo un palmo separa la vida y la muerte del personaje principal. Una segunda oportunidad debe nacer, en primer lugar, en nosotros mismos, a través de una feroz autocrítica y la eliminación radical de caretas de autodefensa. Aceptación, perdón a uno mismo siendo consciente de la maldad o equivocación de nuestros actos, dejar atrás el pasado para no hundirse en él, responsabilidad interna en la gestión de los necesarios cambios para avanzar y flexibilidad con la/s persona/s que nos rodean, ya que ellos también estarán sometidos a un proceso evolutivo y de adaptación a causa nuestra. Estos son algunos de los pasos básicos para iniciar una nueva vida (sobre todo interior) y para construir un personaje creíble, humanizado, que provoque la suficiente empatía como para seguir queriendo ver y oír su historia. El realizador británico solo cumple un par de ellos permitiendo que, desde ese momento sepamos que estamos presenciando un film amable que no pretende introducirse en el fango psicológico de una persona, sino simplemente contarnos una historia entretenida, algo muy loable también, por cierto.
El problema reside en que Paul Laverty, autor del libreto, utiliza ciertos trucos narrativos para agilizar la trama y lograr de manera algo más directa la empatía del espectador con el protagonista. En la maravillosa y durísima Tyrannosaur (Paddy Considine, 2011), se nos presenta al personaje interpretado por el enorme Peter Mullan borracho, amargado, solitario y acabando con la vida de un perro. Considine se enfrenta así a una audiencia asustada y alerta ante la brutalidad del que va a ser su acompañante durante la próxima hora y media. Es decir, no juega a componer una persona, simplemente la presenta como es y nos deja claro a las primeras de cambio su naturaleza agresiva y su falta de compasión, cosa que puede cambiar o no a lo largo del metraje. Sin embargo, en The Angel´s Share, Laverty manipula a sus anchas la escritura para presentarnos a Robbie como víctima del sistema y de un ambiente marginal, un antihéroe al que le han tocado malas cartas en la vida que merece toda nuestra compasión para, acto seguido, mostrarnos las crueles consecuencias de sus actos incívicos de un pasado reciente. Hasta aquí bien, nada que reprochar. Pero la decepción (por lo menos para mi) es mayúscula cuando vemos que esa larga secuencia no es más que una condescendiente palmadita en el hombro de Robbie, un "aquí no ha pasado nada" que apenas tiene repercusión en una trama que seguiría inalterable si dicha secuencia se hubiera quedado en la sala de montaje. Esto mismo separa a The Angel,s Share del inconfundible cine de perdedores que tan bien representaba John Huston. Esa falta de valentía es lo opuesto a lo mostrado por Huston en Fat City (1972), Moulin Rouge (1952) o The Asphalt Jungle (1950), donde no había lugar para el maniqueísmo ni la manipulación emocional.
Uno de los puntos fuertes del film es la brutal crítica indirecta (y digo indirecta porque ni Loach ni Laverty parecen interesados en lo más mínimo en desarrollarla) que se vierte sobre la sociedad de nuestros días y la arbitrariedad de nuestro comportamiento. Por partes. En esa búsqueda incesante de las segundas oportunidades de Robbie, se nos presenta de pasadas un dilema traumático referente a la importancia del entorno en nuestro crecimiento, desarrollo y evolución como personas. Es decir, ¿Por qué somos como somos? ¿De verdad podemos decir que somos así por nosotros mismos? ¿Somos auténticos? ¿Cuánta parte de responsabilidad tiene la sociedad y el entorno en nuestra forma de pensar, actuar y razonar? Realmente nunca lo sabremos pero si podemos hacernos una idea con el panorama representado en el film.El futuro del hijo de Robbie y su pareja es verdaderamente incierto. Tiene todos los números para acabar siendo un don nadie, un ser sin objetivos, drogadicto y desempleado. La batalla entre Robbie y los padres de su pareja por él tiene una única víctima:él mismo. Su futuro está en otras manos, en gente que le quiere pero cuya ceguera moral puede condenarle antes de nacer. ¿Cómo se lucha ante esto? Esa arbitrariedad, esa influencia indirecta, esas casualidades extremas y esas decisiones que todos toman menos nosotros es lo que realmente da miedo, el verdadero drama que podemos extrapolar de la película a nuestras vidas.
Sigo en spoiler sin ser spoiler
El problema reside en que Paul Laverty, autor del libreto, utiliza ciertos trucos narrativos para agilizar la trama y lograr de manera algo más directa la empatía del espectador con el protagonista. En la maravillosa y durísima Tyrannosaur (Paddy Considine, 2011), se nos presenta al personaje interpretado por el enorme Peter Mullan borracho, amargado, solitario y acabando con la vida de un perro. Considine se enfrenta así a una audiencia asustada y alerta ante la brutalidad del que va a ser su acompañante durante la próxima hora y media. Es decir, no juega a componer una persona, simplemente la presenta como es y nos deja claro a las primeras de cambio su naturaleza agresiva y su falta de compasión, cosa que puede cambiar o no a lo largo del metraje. Sin embargo, en The Angel´s Share, Laverty manipula a sus anchas la escritura para presentarnos a Robbie como víctima del sistema y de un ambiente marginal, un antihéroe al que le han tocado malas cartas en la vida que merece toda nuestra compasión para, acto seguido, mostrarnos las crueles consecuencias de sus actos incívicos de un pasado reciente. Hasta aquí bien, nada que reprochar. Pero la decepción (por lo menos para mi) es mayúscula cuando vemos que esa larga secuencia no es más que una condescendiente palmadita en el hombro de Robbie, un "aquí no ha pasado nada" que apenas tiene repercusión en una trama que seguiría inalterable si dicha secuencia se hubiera quedado en la sala de montaje. Esto mismo separa a The Angel,s Share del inconfundible cine de perdedores que tan bien representaba John Huston. Esa falta de valentía es lo opuesto a lo mostrado por Huston en Fat City (1972), Moulin Rouge (1952) o The Asphalt Jungle (1950), donde no había lugar para el maniqueísmo ni la manipulación emocional.
Uno de los puntos fuertes del film es la brutal crítica indirecta (y digo indirecta porque ni Loach ni Laverty parecen interesados en lo más mínimo en desarrollarla) que se vierte sobre la sociedad de nuestros días y la arbitrariedad de nuestro comportamiento. Por partes. En esa búsqueda incesante de las segundas oportunidades de Robbie, se nos presenta de pasadas un dilema traumático referente a la importancia del entorno en nuestro crecimiento, desarrollo y evolución como personas. Es decir, ¿Por qué somos como somos? ¿De verdad podemos decir que somos así por nosotros mismos? ¿Somos auténticos? ¿Cuánta parte de responsabilidad tiene la sociedad y el entorno en nuestra forma de pensar, actuar y razonar? Realmente nunca lo sabremos pero si podemos hacernos una idea con el panorama representado en el film.El futuro del hijo de Robbie y su pareja es verdaderamente incierto. Tiene todos los números para acabar siendo un don nadie, un ser sin objetivos, drogadicto y desempleado. La batalla entre Robbie y los padres de su pareja por él tiene una única víctima:él mismo. Su futuro está en otras manos, en gente que le quiere pero cuya ceguera moral puede condenarle antes de nacer. ¿Cómo se lucha ante esto? Esa arbitrariedad, esa influencia indirecta, esas casualidades extremas y esas decisiones que todos toman menos nosotros es lo que realmente da miedo, el verdadero drama que podemos extrapolar de la película a nuestras vidas.
Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Como también lo es el hecho de que, en la generación del monstruo televisivo Jersey Shore, totalmente alejado de la realidad y devorador de cerebros de millones de jóvenes de todo el mundo (como la mayoría de los realities actuales), nuestro protagonista no sueñe con hacerse rico, salir en televisión o viajar por el mundo ligando sin parar. Él sueño con lo más básico para un ser humano:un trabajo para mantener a su familia. En pleno Siglo XXI el bien más preciado del hombre es el empleo, en lo que se puede interpretar como una dolorosa vuelta a los orígenes de la humanidad, donde el alimento era la ocupación principal y elemento indispensable para sobrevivir. En la era del (supuesto) bienestar, donde la tecnología impone las normas y el consumidor las ataca, la cruel realidad es que gran parte de la población ocupa su mente con la idea de conseguir trabajo y comida para su familia, para subsistir únicamente, sin ningún tipo de lujos o influencias superficiales de la sociedad. Esta muestra de involución que, con la actual crisis, podemos contemplar en nosotros mismos o en nuestros vecinos, da lugar a una sublevación sigilosa de la clase trabajadora contra las clases altas, como Loach y Laverty muestran al final del film. No hay esperanza para para las clases bajas sin lucha, sin usar las mismas armas ilegales que los poderosos emplean contra ellos:la extorsión, el chantaje, el soborno...lo ilegal.
En lo puramente cinematográfico, Loach y Laverty vuelven a rendir pleitesía al característico cine social británico aunque, como dije antes, otorgándole un mayor protagonismo a la comedia que a la crítica, constructiva o destructiva. Obras modernas como Full Monty (Peter Cattaneo, 1997), The Snapper (Stephen Frears, 1993), Bloody Sunday (Paul Greengrass, 2002) o This is England (Shane Meadows, 2006) combinan de manera brillante comedia y drama (quitando Bloody Sunday, desgarradora de principio a fin), equilibrando de manera sutil ambos géneros sin llegar a decantarse en ningún momento por ninguno. Esto es uno de los principales fallos de The Angel,s Share. La historia inicial, que ocupa el primer acto y el principio del segundo, deja su espacio en pantalla para otra totalmente diferente y, lo que es peor, lo hace de forma abrupta, sin ningún tipo de transición ni suavidad. Al no contar con ninguna clase de aviso previo, el espectador aguarda impaciente la continuación (o como mínimo, el cierre) de dicha historia, teniendo que acostumbrarse nuevamente casi desde el principio, al nacimiento de una nueva trama, mucho menos atractiva que la original y bastante más superficial. Es cierto que potencia aún más si cabe la comicidad mostrada por el grupo de perdedores pero pasar de Sweet Sixteen (Ken Loach, 2002) a Ocean,s Eleven (Steven Soderbergh, 2001) es una conversión excesivamente radical como para que la trama no sufra. La excesiva cantidad de tiempos muertos producido por el cambio de género ahoga sobremanera los esfuerzos de la narración por aportar tensión de thriller y hace que, inevitablemente, nos preguntemos que habrá sido de la sugerente historia inicial. En fin, una película para no exigir mucho, donde la totalidad de los intérpretes están estupendos y de la cual podemos sacar algunas reflexiones dependiendo de nuestro grado de implicación con el film. No es que se preste mucho a ello, pero ahí están, para el que las sepa/quiera ver.
@jlamotta23
En lo puramente cinematográfico, Loach y Laverty vuelven a rendir pleitesía al característico cine social británico aunque, como dije antes, otorgándole un mayor protagonismo a la comedia que a la crítica, constructiva o destructiva. Obras modernas como Full Monty (Peter Cattaneo, 1997), The Snapper (Stephen Frears, 1993), Bloody Sunday (Paul Greengrass, 2002) o This is England (Shane Meadows, 2006) combinan de manera brillante comedia y drama (quitando Bloody Sunday, desgarradora de principio a fin), equilibrando de manera sutil ambos géneros sin llegar a decantarse en ningún momento por ninguno. Esto es uno de los principales fallos de The Angel,s Share. La historia inicial, que ocupa el primer acto y el principio del segundo, deja su espacio en pantalla para otra totalmente diferente y, lo que es peor, lo hace de forma abrupta, sin ningún tipo de transición ni suavidad. Al no contar con ninguna clase de aviso previo, el espectador aguarda impaciente la continuación (o como mínimo, el cierre) de dicha historia, teniendo que acostumbrarse nuevamente casi desde el principio, al nacimiento de una nueva trama, mucho menos atractiva que la original y bastante más superficial. Es cierto que potencia aún más si cabe la comicidad mostrada por el grupo de perdedores pero pasar de Sweet Sixteen (Ken Loach, 2002) a Ocean,s Eleven (Steven Soderbergh, 2001) es una conversión excesivamente radical como para que la trama no sufra. La excesiva cantidad de tiempos muertos producido por el cambio de género ahoga sobremanera los esfuerzos de la narración por aportar tensión de thriller y hace que, inevitablemente, nos preguntemos que habrá sido de la sugerente historia inicial. En fin, una película para no exigir mucho, donde la totalidad de los intérpretes están estupendos y de la cual podemos sacar algunas reflexiones dependiendo de nuestro grado de implicación con el film. No es que se preste mucho a ello, pero ahí están, para el que las sepa/quiera ver.
@jlamotta23