Perfecta recreación del ambiente de una clase. No una clase cualquiera. Una clase complicada, formada por gente complicada, con la que Laurent Cantet consigue hacernos compartir un par de horas de llevaderas lecciones, dirigiendo su película con la simpleza y la naturalidad como estandartes.

Pura vida, rutinaria, encerrada en la caja tonta. Eso es lo que es La Clase. Una lección de cómo conseguir -y sin hacer nada- que el día a día de un colegio resulte interesante. Sí, sí, sin hacer nada.

Una cámara, un puñado de chavales (la fea -y cuando digo la fea, todos sabemos quién es la fea- hace que me replantee mis firmes principios pacifistas, porque de verdad que le daba dos hostias), un pedazo de profesor que ya lo quisiera yo, e, imagino, un greatest hits bien montado fruto de largas horas de clases semiimprovisadas. O ensayadas, pero dotadas de una espontaneidad pasmante.

No hay ni presentación, ni nudo, ni desenlace. He ahí el mayor ¿acierto? y el mayor ¿error? de este filme.