Un grupo de personas se da cuenta de que no puede salir del salón dónde se acaba un concierto, más tarde, se darán cuenta de que los de afuera tampoco pueden entrar a rescatarlos.
Buñuel fue capaz de presentarnos unos ricos que sin dejar de ser ricos, pasasen hambre y unos siervos, que sin abandonar su propia clase social, se soltasen la melena; porque en esta película, el tiempo va hacia atrás, corre en contra de los protagonistas, unos sujetos que nadie querría tener por acompañantes, y sin embargo, lo de afuera se revela como un cosmos delirante, incapaz de rescatar de un simple ataque de apatía a un puñado de residentes de un barrio privilegiado cualquiera de una ciudad como tantas.
Actualmente podría contarse una historia similar acerca de lo que estamos viviendo, estamos tan acostumbrados a llamar trastornos, a lo que no deja de ser un simple quebranto de la voluntad, así que también nos atrevemos a llamar hambre a pasar hambre por gusto, y por eso nos hemos vuelto ignorantes, el mundo es más ignorante que hace 50 años, ¡sí! Buñuel estaba en lo correcto.
Pero si realmente vamos hacia atrás, hacia la caverna, la oscuridad, hacia ese origen que todavía no tenemos barnizado y pulido con más y más series, con más y más películas de cine, facultades, instituciones, escuelas. Todo hasta que ese buen y atractivo salvaje aparezca, claro. Para entonces quizá nos haya ocurrido lo que a los personajes, no habremos superado esa condición de seres sujetos a nuestra propia historia personal y tendremos que dejarnos guiar a un corral adaptado a nosotros mismos.