Tim Burton es, sin duda, uno de los directores más interesantes del panorama cinematográfico actual. Con ello no quiero decir que esté en el ramillete de los mejores, aunque poco le falta, sino que tiene una personalidad digna de ser seguida, por darle a su cine una personalidad y unidad que pocos son capaces de conseguir.

Por ello, a pesar de las críticas más bien negativas de este film no dudé ni un instante en ir a verlo; y la verdad que no me arrepiento en absoluto. Diré para empezar que no me aburrí en ningún momento, más bien no paré de reír, lo que quizás desde el punto de vista puramente cinéfilo pueda parecer más bien frívolo o superficial; pero no nos engañemos, un divertimiento sano y no estúpido, aunque no sobrevuele grandes alturas cinematográficas, es siempre de agradecer, al menos eso creo yo.

El planteamiento de la película sobre una pasión más allá del tiempo tiene su interés, sobre todo, cuando se reflexiona sobre la diferencia entre pasión y amor, es decir, entre el deseo de poseer al otro y el deseo del bienestar del otro. Tampoco lancemos las campanas al vuelo, el film no se preocupa en demasía sobre este planteamiento, y se preocupa mucho más en hacernos resaltar las diferencias que hay entre el tiempo actual y el tiempo del vampiro recientemente devuelto a la vida, o también en la integración de un ser sobrenatural condenado a la eternidad con su descendientes lejanos; todo ello en un tono de broma permanente y ante el regocijo de un Johnny Depp encantado con su papel de seductor atolondrado, que vaga sus penas por los siglos de los siglos, sin por ello ceder ante la pasión que se le ofrece porque ya sabe lo que es el amor.