Hace tiempo que no veía una película de dibujos animados, exactamente desde que mis hijos crecieron y ya no tenía niños con los que ir. Era muy consciente que no hace falta niños para ver una película de dibujos animados. ¿No son Peter Pan o Blancanieves auténtica obras maestras? Lo sé y lo sabía desde hace mucho tiempo, pero la cuestión es que no iba. Es más, era consciente que las versiones precedentes de Toy Story son muy buenas.

A pesar de todo esto, fue la escasez de obras con personajes de carne y hueso la que nos hizo ir a mi mujer y a mí. Pues bien, pasamos un buenísimo rato. Nos divertimos un montón con todas las historias entrecruzadas que se cuentas en el film, además de reflexionar con el mensaje nada subliminal que lanza la película. Todos podemos tener un destino aparentemente determinado, pues no es así, somos libres de escoger nuestro camino, es decir y en resumidas cuentas, es el libre albedrío tan discutido por los filósofos durante tantos siglos de lo que se trata en esta magnífica y divertida obra. Que siga, ¿o no se dice que no hay quinta mala?