Una de las mejores y primeras obras de John Carpenter, un maestro del llamado cine de serie b, que puede que cuente con escaso presupuesto, pero desde luego no tiene nada de b, y un maestro que domina el arte de crear atmósferas, tensión, y que con apenas unas pocas notas de sintetizador es capaz de crear algunas de las bandas sonoras más potentes y eficazes para sus historias de terror, fantasía o asedios urbanos, como es el caso.

La historia se sitúa en los años setenta y esta obra representa un pedacito de esa época, un tipo de película que ya no se hace.
La trama muestra a bandas callejeras, temática mostrada también en The Warriors o Rumble Fish, en conflicto con la policía, y como con cada acción, las inevitables consecuencias irán más allá, hasta que no haya solución posible y todo desemboque en sangre.
Mientras tanto, unos pocos policías y presos deberán unirse ante el asedio para poder sobrevivir. La historia conserva la estructura de Río Bravo y contiene todas las claves del western.

Por un lado, tenemos a Bishop, un teniente de policía al que envían en su primer día a una comisaría que se traslada y esta a punto de cerrar y que tiene el deseo de ayudar a la gente.

"Ya no hay héroes Bishop, sólo hombres que obedecen ordenes".
"Ha venido buscando ayuda y recibirá cuánta le podamos dar".

Y por otro, Napoleón Wilson, un peligroso asesino ya sentenciado, enigmático con su pasado y con las cosas claras.

"Yo creo en un hombre".

Incluso entre tanta violencia hay espacio para una historia de amor imposible, con la valiente secretaria interpretada por Laurie Zimmer, que siempre muestra entereza en las situaciones difíciles, sin necesitar más que encender un cigarrillo y un par de silencios para mostrar la conexión, ya que con poco se puede obtener mucho, como averiguar el carácter de cada personaje a través de la sencilla pregunta de Wilson, ¿alguien tiene un cigarrillo?.
Bishop y Napoleón, un policía y un asesino que se respetan y están del mismo lado para hacer lo que es correcto, de igual a igual.