Sólo me pareció interesante la primera parte, en la que la historia y los actores hablan con sentido del humor, del entretenimiento y del romanticismo del propio cine. Pero sólo es hasta que aparecen los indígenas/orcos; de ahí en adelante todo es tan espectacular e inverosímil que se hace inevitable verlo con mentalidad infantil para poder aguantarlo; y realmente no se aporta nada nuevo a la original... bueno, sí, una historia de compasión hacia la criatura que al parecer enterneció las almas de aquellos que pudieron llegar a creérsela en algún momento.
Recopilación de flipadas y trampas: los meneos que el gigantesco gorila le mete a la chica ya le habrían partido la columna, pero resulta que no sólo los soporta, sino que es capaz de resistir una lucha contra tres dinosaurios sin ser espachurrada; es físicamente imposible que un ser de esas gigantescas proporciones tenga una agilidad tal; las elipsis son de lo más tramposas: nos avasallan con peligrosos insectos gigantes que salen de cada recoveco ¡y de un plano a otro Driscoll ya ha llegado a la guarida!; por no hablar de la escena entre las patas de unos diplodocus en estampida, en la que la lógica nos dice que habría sido imposible sobrevivir siquiera durante diez metros de carrera.
Yo prefiero la antigua (1933), cuyo mundo de fantasía era coherente consigo mismo (es decir, que si sus efectos han quedado anticuados ha sido por el inevitable paso del tiempo, pero no por ser incoherentes, físicamente imposibles, etc., etc.) y la duración era la adecuada.

Pues eso, que no está mal para pasar un rato entretenido recordando nuestra infancia menos exigente; pero de ahí a ver tantos dieces...