Estaba yo en cierta ocasión en el videoclub mirando por los estantes las distintas películas. Como tengo por costumbre, cojo el estuche (¿se dice así?) con el DVD y lo primero que hago es leer la parte de atrás para luego darle la vuelta y mirar la portada. En efecto, es una manía como cualquier otra. Pues así estaba como otras tantas veces cuando agarré una en cuestión. Leo la sinopsis que más o menos viene a decir lo que sale en esta página: un chico de buena familia y con altas aspiraciones políticas se enreda con una joven que resulta ser una estrella porno. Pensé "Ya sé, seguro que es una pelandrusca descarada que le hará echar la vida por la borda. Menudo tonto". Convencido que la tal vecina no valía un pimiento le di la vuelta a la cajita... entonces un sudor frío se deslizó por mi frente. Pedazo de rubia impresionante. Esto, muchacho, ¡no hay nada que pensar! Cualquier cosa antes que perderla. ¿Su pasado? Minucias insignificantes. ¿La carrera política? Pues si no lo entienden, que les parta un rayo.

Con esta anécdota ilustrativa se entiende que "La vecina de al lado" se convirtiera en uno de esos títulos casi míticos, no de gran calidad, lo admito, pero con un encanto especial, que no sólo está en la bellísima Elisha Cuthbert, a la que descubrí precisamente aquí. Para adolescentes, un pelín irreverente, con riesgo, en el que no cae, de ser cutre dado el tema, pero en el fondo una comedia romántica como un castillo. Diría incluso que es la versión juvenil de "Pretty Woman" (1990) pero con más acierto. Excelente banda sonora, humor, aunque a veces puede ser grueso, muy gracioso, un romanticismo que te llega, picante sin ser guarra, incluso un punto de nostalgia por la vida no vivida, la película se permite sorprendernos con giros de guión ingeniosos. Es más, también hay espacio para la crítica de la doble moral, la hipocresía o los estereotipos masculinos. Desenfadada sin dejar de ser profunda, Luke Greenfield consigue el imposible que constata CINEMANÍA: tratar la pornografía como lo haría Disney.