La hábil publicidad hizo que me entraran ganas de ver "La semilla del mal" en su momento, principalmente por dos factores: el bellezón de la protagonista y el exuberante folclore judío. Sobre lo primero, nada que reprochar. Ahí tenemos a Odette Yustman, norteamericana de padres cubano-colombianos, de toma pan y moja. Sus facciones vienen a ser una mezcla de Jessica Alba, Mary Elizabeth Winstead y Dafne Fernández, cosa que muestra su grado de hermosura, aunque más parecido aún tiene con Marta Guerras, la Julieta de "Bandolera" (2011), aunque la española no es tan guapa, a pesar de los trajecitos que me llevaba en la serie. En lo segundo, directamente David S. Goyer pasa de la tradición hebrea, con una trama improvisada de un simple espíritu que tampoco se explica. ¿Por qué precisamente ella? ¿Por qué se introduce en otros cuerpos pero no en el suyo? ¿Qué quiere?

Argumento atrayente y alguna imagen potente se pierden en una película que no sólo es de los más típica, no se despega ni un ápice de todos los clásicos del género demoníaco desde "La semilla del diablo" (1968) a "El exorcista" (1973) pasando por "Fallen" (1998), sino que desaprovecha la sugestiva figura del Dybbuk, que según Massimo Izzi "es un espíritu maligno que, mediante encantamiento, podía introducirse en el cuerpo de un hombre muerto o inanimado". ¡Qué de historias se podrían haber contado! El caso es que "La semilla del mal" se ve sin ninguna inquietud sino con una creciente sonrisa al ir descubriendo que un libro así, que además puedes sustraer con la mayor facilidad, se encuentra en una biblioteca de mala muerte o que luego coja al azar la hoja que necesita. Al final el novio cumple, pero es que ese padre se desentiende por completo de su hija. La deja, huye de casa y ni se entera.